No hay verano en el que algún colectivo que trabaja en los
aeropuertos no aproveche un fin de semana de mucho movimiento de
pasajeros para una acción de protesta. En esta ocasión han sido los
controladores aéreos. Se han negado a hacer horas extras y los
perjudicados han sido los miles de pasajeros que este fin de semana
han pasado por los aeropuertos.
El objetivo de los sindicatos se ha conseguido. Se han provocado
retrasos que han afectado de modo desigual a los cientos de vuelos
programados, oscilando entre los 15 minutos y las cuatro horas.
Como si no bastaran los problemas de este verano, los controladores
han querido y logrado que los turistas se llevaran un recuerdo
final "no deseado" de sus vacaciones en las Islas: la larga espera
en los aeropuertos.
Como ocurre siempre en todas las huelgas que afectan a los
servicios públicos, y especialmente en el sector del transporte,
han pagado los que no tienen ninguna culpa. Si la Administración ha
incumplido las promesas hechas a los controladores, deben buscarse
otros cauces para exteriorizar la protesta.
Aun admitiendo que los controladores son un colectivo
profesional privilegiado, que percibe unas remuneraciones muy
elevadas, hay que convenir que al tratarse de una actividad que
afecta a la seguridad aérea, las decisiones que se tomen deben ser
extremadamente prudentes. Obligar a hacer horas extras no puede ni
debe ser la mejor solución. Si hacen falta, como así parece, más
trabajadores en los centros de control, deben ser contratados y
formados debidamente, para atender todas las necesidades del
servicio con todas las garantías. No olvidemos que el error de un
controlador puede tener fatales consecuencias. La vida de miles de
pasajeros pasa por sus manos.
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