La Justicia española es lenta, enervantemente lenta, pero llega al fin. Y le ha llegado también, como un aldabonazo, a quien fuera en otro tiempo símbolo de inteligencia y brillantez y modelo a seguir para muchos: Mario Conde. Para quienes creyeron alguna vez que en este país los ricos nunca lloran porque saben burlar a la Justicia, la sentencia del Supremo corrobora la edificante idea de que «quien la hace la paga», por muy guapo, listo y poderoso que sea el delincuente. De hecho, Mario Conde vuelve a dormir en la cárcel, tras saberse que los jueces han considerado que la sentencia inicial que le condenaba a diez años de prisión después de dar al traste con los ahorros de miles de ciudadanos, era demasiado benévola.

Ahora, con la condena multiplicada por dos, la imagen de aquel joven ambicioso que quiso saltarse todas las normas para alcanzar sus objetivos de éxito, dinero y poder, ha quedado definitivamente borrosa. Ha sido, quizá, una llamada de atención al mundo de las finanzas, donde periódicamente surgen nuevos escándalos que revelan la escasa ética que rige los movimientos dinerarios a gran escala.

Lamentablemente, a pesar de los años transcurridos y la campaña mediática política en favor de la «cultura del esfuerzo», el dinero sigue estando en la cumbre de las prioridades de los jóvenes españoles, que a diario encuentran en los medios de comunicación nuevos modelos que imitar, desde deportistas a famosillos o personas anónimas que se convierten en multimillonarios de la noche a la mañana. Tal vez esta sentencia venga a poner un poco de orden en todo este entramado de ideas y sucesos y, lo que es más importante, acobarde a quienes tengan in mente proceder con artimañas como las que le han llevado a todo un ídolo de nuevo a la cárcel.