La remodelación del Gobierno llevada a cabo por José María Aznar
en secreto y por sorpresa ha llegado en un momento oportuno para el
propio equipo ejecutivo, a sólo seis días del Debate sobre el
Estado de la Nación. Parece que el presidente no quiere ofrecer
explicaciones a nadie, al menos hasta ese momento en el que tendrá
que vérselas con el líder de la oposición.
En ese contexto surgirán preguntas que la mayoría de los
españoles se hacen. Empezando por el ¿por qué? y terminando por el
¿para qué? Pues Aznar ha esperado a que terminara sin pena ni
gloria el semestre de Presidencia española de la Unión Europea para
«lavarle la cara» a su Ejecutivo, justo después de que los
sindicatos se echaran a la calle por sus últimas decisiones
laborales. El cambio de nombres tendrá que ir acompañado por un
claro viraje en los contenidos o, como mínimo, en los talantes.
Porque de otra forma la remodelación se quedaría en una simple
operación de maquillaje de cara a los próximos dos años de
legislatura.
La oposición, y la ciudadanía, esperan nuevos esfuerzos
dialogantes y si no se han producido hasta hoy seguramente no será
por el carácter de uno o varios ministros en concreto, sino por las
directrices de un presidente que se ha atrincherado en una mayoría
absoluta que empieza a ahogarle.
Habrá que aguardar todavía unos días para saber qué
explicaciones tiene que dar Aznar sobre este cambio, pues las
especulaciones no son buenas compañeras en política y lo mismo
Aznar que sus nuevos y viejos ministros tienen ante sí muchos retos
incumplidos, desde mejorar las relaciones con Marruecos a tratar de
restablecer la cordura en el País Vasco y el diálogo con los
sindicatos, roto de forma abrupta.
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