Empieza a extenderse la noción de que las sucesivas cumbres
internacionales que se organizan sobre cuestiones muy diversas
carecen de auténtica efectividad, más allá de un dejar patente una
difusa preocupación sobre el aspecto a tratar. El fabuloso gasto
que su organización supone "en muchos casos de invertirse ese
dinero en remediar el problema se obtendrían resultados mucho más
interesantes" y la falta de acuerdos concretos han conducido a
semejante estado de opinión.
No obstante existen algunas excepciones, cuando menos en
términos parciales, que quizás por ello son más significativas. Es
el caso de esas conferencias internacionales sobre el sida de las
que realmente se han derivado conclusiones interesantes que han
determinado avances substanciales en la lucha contra la enfermedad.
Próxima a celebrarse en Barcelona la 14ª cumbre sobre el sida,
entre el 7 y el 12 del mes de julio, es un buen momento para
recapitular en torno a lo llevado a cabo en unas conferencias
internacionales que, ciertamente, han supuesto un progreso en la
consideración del extendido mal y también un paso adelante en
cuanto a la forma de combatirlo.
Recordemos la primera, la de Atlanta, en 1985, en la que se
advirtió certeramente de la posibilidad de que la verdadera
pandemia provocada por el virus se produciría en los países del
Tercer Mundo. En la de París del año siguiente se dieron a conocer
los grupos de riesgo. En la de Montreal, en 1989, el debate se
centró en la prevención, en el perfil del denominado sexo seguro.
Fue en la de 1996, en Vancouver, la 11ª, cuando se pudo confirmar
que la combinación de los fármacos usados reducía eficazmente la
presencia del virus en la sangre.
De la última, la del 2000 en Durban, salió el compromiso de
conseguir una vacuna para el año 2007. Miradas en su conjunto,
estas cumbres citadas y las restantes son tan sólo hitos en un
largo y difícil camino. Pero en ellas se advierte progreso,
esfuerzo y voluntad. Un rumbo que desde luego desearíamos ver
confirmado en ese encuentro de Barcelona.
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