La huelga del 20-J ya ha quedado atrás y es el momento de hacer
balances y plantear una estrategia de futuro. La jornada de
protesta se saldó, en general, con un encomiable ambiente de
tranquilidad y madurez, pues fueron escasos los incidentes
violentos que hubo que lamentar en todo el Estado, aunque a la hora
de la valoración final cada una de las partes enfrentadas "Gobierno
y sindicatos" siguieron atrincheradas en sus posturas divergentes,
ofreciendo cifras del todo increíbles. Pareciera que el Ejecutivo
de Aznar confunde el cumplimiento escrupuloso de los servicios
mínimos "algo de lo que se felicitan hoy todos los españoles" con
el fracaso de la movilización.
El gran mérito del 20-J es precisamente el cumplimiento de los
servicios mínimos. Y hay que felicitar por ello a los sindicatos.
Salvo excepciones, protagonizadas por algunos piquetes radicales,
se respetó la opción individual de cada uno, lo mismo el derecho de
ir a la huelga como lo contrario. Sin olvidar que las fuerzas de
seguridad garantizaron por igual ambos derechos.
Por lo demás, fuera el seguimiento masivo o parcial, lo
significativo es que muchos, muchísimos ciudadanos han tirado de
las orejas al Gobierno y a su forma de hacer las cosas. Que las
prestaciones por desempleo deben modificarse puede o no ser
discutible, pero de llevar adelante la reforma, ésta tiene que ser
siempre consensuada con los partidos mayoritarios y contar con la
participación de los agentes sociales.
Si hasta hoy Aznar y su equipo se vanagloriaban de la paz social
que habían logrado, ahora deben recuperar ese espíritu de diálogo
para calmar los ánimos de esos millones de españoles que ayer
secundaron una movilización en defensa de sus derechos
laborales.
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