Acaba de conocerse la muerte de una muchacha de 19 años en
Sevilla a consecuencia de una noche de juerga en la que combinó
peligrosamente pastillas y alcohol. Esta nueva tragedia viene a
unirse a las dos muertes "otros dos jóvenes más están ingresados,
uno de ellos es una nena de 12 años" de chicos ocurridas por esta
misma causa en una fiesta celebrada en Málaga. Los socialistas
exigen explicaciones al Gobierno, pero probablemente no sean los
políticos quienes puedan arreglar este entuerto.
Lo terrible, irremediable y absurdo es que se nos mueran los
jóvenes sencillamente porque no saben encontrar otra forma mejor de
pasarlo bien que ponerse ciegos de drogas y alcohol hasta perder el
control. Aquí intervienen muchos elementos y sólo uno de ellos
sería el político. La educación, el entorno familiar, la
inteligencia, el sentido común, el dinero, los horarios... todo
tiene que ver con esta ridícula moda que se ha impuesto entre
amplios sectores de la gente joven.
Si antes despreciábamos al yonqui que se dejaba morir en la
calle colgado de una droga socialmente repudiada, ahora parece que
el éxtasis no se pone tanto en entredicho y el chico que lo consume
está casi mejor visto que el que lo rechaza.
Aquí es toda la sociedad la que falla, juzgando con distinta
vara a unos y otros. Los padres, primero que nadie, tienen que
ponerse más que firmes en este sentido, ofreciendo a sus hijos un
sistema de valores inquebrantable.
Luego tendrán que intervenir las autoridades, persiguiendo con
ferocidad a los empresarios que permiten que esa clase de basura se
cuele en sus locales de ocio y, naturalmente, a los traficantes y
fabricantes. Que la droga sea asequible no debería dar pie a que
aumente su consumo, al menos en una sociedad razonablemente
sana.
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