La violencia no ha dejado de sacudir Israel desde el comienzo de la segunda Intifada, tras la visita de Ariel Sharon a la Explanada de las Mezquitas. Pero la noche del sábado y el día de ayer fueron especialmente sangrientos, con una cadena de atentados que se saldó con decenas de muertos y centenares de heridos. Desde Hamas y la Yihad, de forma incomprensible, se justifican estas acciones. Pero del otro lado, el Ejército israelí en sus presumiblemente selectivos ataques, también tiene en su haber víctimas civiles, entre ellas, niños y niñas.

Hasta el momento, los esfuerzos de ambas partes por conseguir avanzar en el proceso de paz se han mostrado completamente ineficaces. Por un lado se producen tímidas declaraciones en favor del cese de la violencia y, por el otro, los grupos extremistas continúan actuando con la mayor virulencia.

Pese a las fuertes presiones internacionales desde que se desatara la guerra en Afganistán, no ha sido posible que el conflicto palestino entrara en vías de solución, sino más bien todo lo contrario. Hasta este punto esto es así, que prácticamente se vive un clima bélico en Oriente Medio.

En estos momentos es difícil prever un mínimo atisbo de esperanza, aunque es preciso que se siga trabajando, dialogando y negociando para poner definitivamente punto final a esta espiral de muertes y para solucionar de una vez por todas el complejo asunto de un Estado palestino.

Precisamente en estas circunstancias es necesario que la comunidad internacional y, muy especialmente los Estados Unidos, adopte una postura reflexiva y seria en favor del diálogo y en contra de cualquier forma de terror y sepa, además, continuar manteniendo la presión diplomática necesaria sobre árabes e israelíes.