El calvario que las administraciones públicas están haciendo pasar a la MTV en su intento de celebrar en Eivissa su certamen dance supone una imagen insólita y, hasta cierto punto, surrealista, no tanto por el hecho de que la poderosa cadena de televisión tenga que someterse al normal arbitrio de las instituciones locales como por el hecho de que éstas parezcan haber hecho del proyecto una cruzada moral y populista y dejado en segundo plano la simple aplicación de la normativa correspondiente.

La MTV ha dado muchas cosas por supuestas a la hora de celebrar su tercer concierto en la isla y no ha sabido frenar un rechazo creciente de parte de la población que ha arrastrado al final a las instituciones públicas. A pesar de su experiencia en los años anteriores, tampoco ha sabido adelantarse a las previsibles trabas en la organización de un concierto de semejante magnitud, que congrega a decenas de miles de personas en una isla que carece de infraestructuras para un evento así y que, por tanto, deben montarse para la ocasión.

La situación ha cambiado mucho en los últimos años y finalmente se ha llegado al límite de una relación que difícilmente volverá a repetirse: el gigante de la televisión musical celebrará su concierto bajo un estricto marcaje, en un escenario improvisado y casi impuesto y con el programa inicial recortado por las circunstancias.

Todo esto, paradójicamente, mientras decenas de lugares arriesgan cada año millonadas organizando eventos de envergadura como el que aquí celebra la MTV que les sitúen en el mapa, como ha sucedido con el Doctor Music Festival o Benicàssim. Se quiera ver o no, querer voltear la situación supone arriesgarse a cometer los abusos que se combatían. Al margen de quienes sean los pretendientes, tenemos que ser muy cuidadosos: nadie quiere ir a un destino antipático y corremos el riesgo de comenzar a parecerlo.