El paso ya está dado. Por sorpresa, con nocturnidad y sin
apiadarse de las consecuencias económicas y sociales que esta
medida pueda generar, Iberia ha decidido suspender de forma
temporal todos sus vuelos. Ocurrió anoche, después de un nuevo
fracaso en las negociaciones entre la compañía aérea y el sindicato
de pilotos, SEPLA, que ha dicho que no una y otra vez a las ofertas
de la empresa para el convenio colectivo, hasta derivar en la
dimisión en cadena de un centenar de pilotos, dejando a la compañía
«en cuadro» a la hora de garantizar la seguridad aérea.
Si hasta ahora los pilotos de Iberia casi eran el colectivo más
despreciado y denostado por el conjunto de los ciudadanos por sus
exigencias alocadas cuando gozan de una situación económica
extraordinaria, ahora pueden convertirse en el enemigo público
número uno. La principal industria del país queda en entredicho, la
imagen del país en el mundo, las comunicaciones, las vacaciones de
miles y miles de españoles y extranjeros, en un laberinto sin
salida.
Y, de momento, el Gobierno proclama que no piensa actuar,
alegando que se trata de un conflicto en el seno de una entidad
privada. Una actitud pasiva que de ninguna manera puede permitirse,
más si se tiene en cuenta que el Ejecutivo mantiene la acción de
oro en la compañía, que puede ejecutar para tomar las riendas de
este caos.
Pero el problema no es de ahora, viene de atrás, de las
aventuras americanas de Iberia, que adquirió unos compromisos
fantásticos con los pilotos contando con los beneficios de unos
negocios que luego han fracasado estrepitosamente, como el de
Aerolíneas Argentinas. Ahora Iberia no puede cumplir las exigencias
de sus pilotos y éstos montan el circo. Un espectáculo del que
todos nosotros somos víctimas y el país, el primero.
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