Los más críticos con el proyecto europeo aducen como mayor
reproche su falta de contenido político, sofocado por una idea que
pone de forma exagerada el acento en lo económico. Y no les falta
en parte razón. Si bien hay que reconocer que la noción de una
Europa unida que se empezó a gestar tras la Segunda Guerra Mundial
ha contribuido no poco a la pacificación de un continente que "no
lo olvidemos" provocó las dos guerras mundiales del siglo XX.
Ello figuraría en el capítulo de los méritos. Ahora, Europa se
enfrenta a un reto de claro matiz político, como es la integración
de los países del Este, que a no dudarlo servirá para calibrar la
entidad del proyecto continental. El objetivo es claro: integrar a
esos países que durante 40 años quedaron marginados como precio a
pagar por la paz tras el conflicto mundial. El objetivo es claro,
pero la mecánica para lograrlo ya no lo es tanto. Pensemos, por
ejemplo, que el nivel de renta de la mitad de los países candidatos
al ingreso no llega ni al 40% de la media comunitaria, y en cuanto
a la restante mitad, salvo excepciones como Chipre o Eslovenia, no
alcanza ni el 60%. Si a ello le añadimos la fragilidad que
presentan las estructuras administrativas de estos países,
empezaremos a hacernos una idea de la dificultad de la empresa.
El paso de un sistema socialista a otro capitalista ha provocado
en muchas de las repúblicas que estuvieron en la órbita soviética
una creciente corrupción y una multiplicación de los delitos
económicos en general, que no resultan especialmente atractivas
para quienes serán sus futuros socios. Además nos encontramos con
los recelos que experimentan países como España, Portugal, Grecia o
Italia, que temen perder ayudas comunitarias en beneficio de unos
países del Este obviamente más pobres. La avalancha de inmigrantes
que la posible reunificación europea puede originar es otro de los
problemas que preocupa a los ciudadanos. En suma, estamos ante un
cúmulo de dificultades sino insalvables, sí complejas. Y que, por
descontado, tan sólo pueden superarse desde una perspectiva
política amplia, generosa, que deje atrás tradicionales egoísmos y
concepciones estrictamente económicas.
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