Los presagios hacían temer lo peor, y estuvo a punto de ocurrir. Como resultado de un enfrentamiento en un apartamento en el centro de Sant Antoni resultó herido de mucha gravedad un ciudadano senegalés se debate aún entre la vida y la muerte después de caer al vacío desde un sexto piso tras entrar a su apartamento un grupito de británicos que le amenazaron. Los ánimos están caldeados entre colectivos que aún toscamente se reparten la localidad para la venta de estupefacientes a pequeña escala. Las cosas puede ir a más, como ayer indicaron los pequeños encontronazos que se sucedieron a lo largo de la jornada. Las autoridades españolas se encuentran con dificultades para controlar a ciudadanos ingleses que acuden a la isla con pequeñas cantidades de droga con las que se pagan su estancia y que, cómo sólo trabajan con sus compatriotas, son casi inaccesibles para las fuerzas policiales debido a las diferencias del idioma. También lo tienen complicado para descubrir cómo funcionan los africanos que campan por Sant Antoni. Son un grupo cerrado, compuesto en su mayoría por personas que se encuentran ilegalmente en el país y cuyo primer objetivo es sobrevivir como sea. Afortunadamente, la cuestión racial está lejos de ser un factor determinante en el choque entre ambos colectivos, y hay que eliminar de raíz la posibilidad de que esto cambie. El despliegue de las fuerzas de seguridad y la petición de colaboración por parte de los ciudadanos es el primer paso a dar, y se está dando. También el esclarecimiento de las circunstancias de la caída del senegalés y la aplicación de la ley, si procede, será fundamental para traer calma a una situación inédita en nuestras islas. Hay que mantener los ojos bien abiertos y esperar que las medidas de control comiencen a tener eficacia. Es demasiado lo que nos estamos jugando.