Muchos ciudadanos, demasiados, tienen la extraña sensación de
enfrentarse a un gigante descabezado cuando tienen que recurrir a
asuntos de justicia. En nuestro país, y también en nuestras Islas
por extensión, la Administración judicial es un estamento enorme y
lento, como una tortuga vieja y gigantesca a la que le costara
digerir los miles de casos que se le presentan cada año. Está claro
que la Justicia española necesita una urgente modernización, una
dotación de medios y de personal inmediata que nadie se anima a
llevar a cabo. Así, el único perjudicado es el ciudadano, que teme
perderse en los laberintos judiciales durante años, con el coste
económico que eso supone, para resolver cualquier cuestión.
Las cifras que arroja la memoria judicial del año pasado en
nuestro Archipiélago son sobrecogedoras. Una cantidad récord de
asuntos llegó a los juzgados "123.000 nada menos, o sea, la
friolera de diez mil cada mes", lo que evidentemente ha venido a
empeorar de forma considerable el colapso que ya existía. Las
soluciones son más difíciles que el diagnóstico, porque a la
secular falta de espacio, de medios y de jueces, este año ha venido
a sumarse un elemento más: la nueva ley de enjuiciamiento civil.
Las decisiones deben tomarse en Madrid, en un ministerio que
demuestra ser tan lento como el propio sistema judicial.
Pero no basta con más dotaciones de material. Hace falta también
que los distintos responsables reflexionen seriamente acerca del
rendimiento exigible a cualquier funcionario, sea un agente
judicial, sea un magistrado. Las inspecciones del Consejo General
del Poder Judicial han sancionado en no pocas ocasiones a jueces
que apenas habían dictado sentencias a lo largo de un año. Hay que
pedir, pues, que los órganos de control hagan su trabajo y se ponga
orden en la maquinaria de la Justicia. Para solucionar el colapso
en los juzgados y tribunales es primordial contar con el esfuerzo
de sus profesionales. Como en cualquier lugar de trabajo.
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