Las ilusiones puestas en la visita a Eivissa y Formentera del presidente de la Real Federación Española de Fútbol (RFEF), Angel María Villar, acabaron transformándose en una decepción absoluta de que éste pudiera conocer con exactitud y de primera mano las carencias y defectos estructurales que padece este deporte en las Pitiüses. El fallo de previsión cometido por quien tenía que hacerse cargo del desplazamiento del máximo mandatario del fútbol nacional a Formentera "la travesía se hizo en una lancha taxi que tardó algo menos de dos horas en alcanzar el puerto de la Savina" devino en un caos final que impidió que Villar pudiera seguir su agenda, que ya venía demasiado cargada para una visita tan corta. A pesar de no cumplir ningún horario, tampoco se evitaron interrupciones innecesarias y frecuentes; cualquiera parecía tener derecho a disponer del presidente de la RFEF durante un rato, saltándose todo protocolo existente. Villar, en teoría, había venido a trabajar, pero fue tratado como si su visita fuera tan sólo protocolaria, cuando, en estos momentos, lo que menos necesita este deporte son paripés de ningún tipo y sí mucho trabajo y resolución. Con todo, el resultado no llega a ser del todo desolador. Es verdad que el fútbol local ha errado una buena oportunidad para hacer ver con detalle a Villar la realidad de un deporte que ocupa semanalmente una parte importante de las vidas de miles de aficionados de todas las edades y condiciones, pero ha conseguido que, al menos, desde la federación se asuma que aún queda mucho por hacer. Es fácil imaginar desde un despacho de Madrid los problemas que pueden acusar las islas a la hora de desarrollar una política deportiva, pero es mejor que éstos se vean sobre el terreno. Anteayer, más que verlos, el presidente de la RFEF se conformó con escucharlos. Una pena.