Alcanzar un acuerdo político entre distintas fuerzas con el
único objetivo de vencer a ETA por medios democráticos es siempre
una excelente noticia, aunque en esta ocasión el texto que firmarán
PP y PSOE llegue en unas condiciones cuando menos delicadas. Los
dos partidos mayoritarios llevaban desde el pasado verano
discutiendo los términos de este pacto antiterrorista y en defensa
de las libertades, sin poder alcanzar el acuerdo, básicamente
porque Aznar imponía la negociación de un calendario electoral para
Euskadi sin contar, naturalmente, con los partidos vascos.
Finalmente, el PP ha dejado este empeño de lado y ha logrado el
acuerdo con los socialistas, aunque sin tener presentes las
opiniones del resto de las fuerzas políticas parlamentarias.
Éste es precisamente un país en el que los pequeños partidos
políticos "sobre todo los de ámbito autonómico" tienen un enorme
poder y hasta ahora han sido claves para la gobernabilidad
española. Por eso resulta ofensivo que un pacto de este calado se
haya negociado como a escondidas, sin invitar a IU ni a los
nacionalistas vascos, catalanes, canarios y gallegos a participar
en tan cruciales decisiones.
Pero este pacto no sólo nace tocado por este detalle, sino
porque además exige a PNV y EA que abandonen las tesis de Lizarra
para poder unirse a él en su lucha contra ETA. Y eso es tanto como
pedir a los nacionalistas vascos que dejen de serlo, o que lo sean
menos. Algo que, desde luego, nadie puede esperar.
Ya se ha comprobado que instrumentos democráticos más completos
que éste "Ajuria Enea y Madrid fueron corroborados por todos los
partidos hace más de diez años" han resultado insuficientes para
lograr un objetivo tan lleno de escollos como acabar con el
terrorismo. Si además el pacto nace al margen del Parlamento, su
operatividad quedará mermada desde el principio.
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