Con el paso del tiempo, la declaración de Eivissa como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco se está convirtiendo en un arma de doble filo en vez de constituirse en un punto de encuentro desde el que trabajar todos juntos por la conservación de un patrimonio histórico y natural que debemos legar al mundo entero. La Caja de Pandora se ha destapado definitivamente tras la decisión del Grupo de Ciudades Patrimonio españolas de no aceptar, de momento, el ingreso de Eivissa en sus filas. La decepción inicial se ha transformado en un arma arrojadiza que usan desde el púlpito político el Pacte Progressista y el Partido Popular, dando lugar a una escisión que, de no arreglarse pronto, puede convertirse en una sima infranqueable.

La acusación del grupo popular del Consistorio de Eivissa acerca de la poca capacidad del equipo de gobierno para hacerse cargo de la gestión de los bienes, aireada públicamente, no parece la mejor solución al problema. Pero tampoco lo es la respuesta desde el Ayuntamiento, asegurando que el Pacte se basta para gestionarlos.

No se trata de quién es capaz de hacerlo mejor, sino de intentar trabajar en común para llegar a los objetivos establecidos: una promoción clara y contundente de los bienes a nivel nacional e internacional y, por añadidura, la propia conservación de los bienes catalogados como Patrimonio de la Humanidad. La declaración de la Unesco ha pasado de ser una fiesta a convertirse en un sainete de acusaciones en ambas direcciones. La tan cacareada colaboración política que se anunció a bombo y platillo pocos días después de obtener el título de la Unesco está a punto de saltar por los aires, si no ha saltado ya, por una simple discusión de cariz político. Y los únicos que saldrán perdiendo serán los ibicencos y formenterenses.