El famoso primer martes después del primer lunes de noviembre está a punto de materializarse y, con él, la llegada al poder de un nuevo presidente de los Estados Unidos "hará el número 43 en este joven país", un cargo que para la mayoría de los habitantes de este planeta es sinónimo de «hombre más poderoso del mundo». La disputa en esta ocasión se resolverá entre dos candidatos casi anodinos, de poco carisma y que se enfrentan con un programa de escasas diferencias. Así que, ante este panorama, los votantes norteamericanos se muestran más que nunca indecisos a la hora de elegir la experiencia y la inteligencia del demócrata Albert Gore "aunque muchos lo ven demasiado «sabelotodo» y un poco engreído, con aires elitistas", o la campechana sencillez "simpleza, según algunos" de George Bush Jr. Finalmente, quien tiene la última palabra en esta contienda es la economía, ya que al americano de a pie le importa poco o nada la política internacional "se saben dueños del mundo", las ideologías simplemente no existen y a la postre la única diferencia entre los dos aspirantes será cómo invertir el fabuloso superávit presupuestario de que goza la nación.

En efecto, los ocho años de la «era Clinton» "con Gore como vicepresidente" han llevado a los Estados Unidos a una situación económica excelente, y precisamente el candidato demócrata ofrece esa baza para reclutar votos, además de los consabidos apoyos de los gays, hispanos y afroamericanos. Pero también propone una política algo más igualitaria, que favorezca a las familias con hijos y a las clases medias y bajas, con un fuerte hincapié en la sanidad y la educación.

Bush, en cambio, se dirige a las clases adineradas, propone privatizar todo lo privatizable e incluso jugar en la Bolsa con el dinero de todos. Mañana, la solución a esta incógnita.