Cada vez que Xabier Arzalluz abre la boca para pronunciar
cualquiera de sus habitualmente polémicas declaraciones, se desata
un huracán informativo que lo único que consigue es publicitar a
diestro y siniestro sus peculiares ideas. La última tormenta la ha
provocado en Italia, donde un diario ha publicado una extensa
entrevista que pone de manifiesto las más íntimas convicciones del
líder peneuvista. Y, como suele ocurrir, de inmediato han
reaccionado todos los responsables políticos de este país, la
mayoría con apelativos tan gráficos como «vergüenza», «racista»,
«alarma» o «xenófobo».
Está claro que lo mismo Arzalluz que sus oponentes políticos
"hay que hacer notar aquí que las críticas del PSOE han sido algo
más suaves que las del PP" han querido aprovechar las
circunstancias para lanzar al viento sus proclamas ideológicas ante
una eventual convocatoria de elecciones anticipadas en el País
Vasco, cita electoral que, de producirse pronto, pone en juego
demasiados intereses como para perder ocasiones de ganar votos.
No está mal que Arzalluz ponga las cartas sobre la mesa y
exprese con naturalidad sus creencias "igual de respetables que las
de cualquier otro, siempre que las defienda con la palabra", pero
hay que añadir en su defensa que subrayó con claridad su carácter
antirracista. Nada tiene de ilícito o de vergonzoso reivindicar los
propios orígenes "el vasco, efectivamente, es el pueblo vivo más
viejo de Europa" y mostrar orgullo en ello. Nada de racista hay ahí
y cualquiera que esté satisfecho con ser lo que es puede dar fe,
sea vasco, andaluz, balear o asturiano, pues nuestro país está
plagado de pueblos antiguos, de larga historia y tradiciones, sin
que ello suponga, desde luego, que uno sea mejor que otro. A la
postre, pedir la independencia obedecerá siempre a motivaciones
políticas o ideológicas, nunca en base a las características
sanguíneas de cada cual.
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