Izquierda Unida eligió como nuevo coordinador general a Gaspar
Llamazares, en sustitución de Julio Anguita, que ha permanecido
durante doce años en el cargo con un periodo final de franco
retroceso electoral de la coalición que lideraba. La victoria de
Llamazares se produjo por la mínima frente a la candidatura de
Francisco Frutos, al margen de los buenos resultados obtenidos por
la tercera en liza, Àngeles Maestro. Esto puede darnos una idea de
la profunda división que ha vivido y aún vive esta formación
política.
Cierto es que se ha achacado a Julio Anguita buena parte del
fracaso de IU y se le ha criticado la pinza que formó en su momento
con el PP para desbancar al PSOE; pero también es cierto que el
pacto que suscribió Frutos con este último en los pasados comicios,
no despertó demasiadas simpatías en su electorado. Sea como fuere,
llega el momento en el que Llamazares debe tomar las riendas de la
coalición y, dentro de lo posible, unificar ciertos criterios para
eliminar las tensiones internas y afrontar un futuro sobre el que
planean algunas sombras. Y es que su posición política, desde
planteamientos marxistas, no ha tenido en los últimos años el
arraigo de periodos anteriores en la sociedad española,
mayoritariamente decantada por líneas conservadoras o
socialdemócratas.
Evidentemente, nuestro país cuenta con un abanico amplio de
formaciones políticas con representación parlamentaria, lo que
enriquece enormemente el debate, pese a los constantes intentos de
bipolarización de los dos grandes, PP y PSOE. Y, aunque IU no haya
estado en el pasado en condiciones de ganar unas elecciones y
asumir funciones de gobierno, ni parece que vaya a asumirlas por el
momento salvo en coalición con otras formaciones, sí que ha jugado
y puede jugar un papel importante en el futuro, aunque eso pasa por
una necesaria renovación.
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