Nuestro país, y nuestras islas no han sido la excepción, ha
sufrido enormes pérdidas en los sectores ganadero, agrícola y
pesquero desde que ingresó en la Unión Europea, que exige
condiciones durísimas a los profesionales de estos gremios si
quieren seguir operando. Los colectivos referidos han debido
ajustarse a normativas muy estrictas, han hecho enormes sacrificios
y, en muchas ocasiones, se han visto obligados a abandonar. Pero no
acaban ahí sus desgracias. A lo largo del último año, el precio de
los carburantes que emplean en sus actividades económicas se ha
disparado en un 180 por ciento, cuando los productos que venden
siguen atados a la ley de la oferta y la demanda y mantienen
precios similares desde hace años.
Pescadores, agricultores y transportistas han solicitado una
urgente reunión con el Ministerio de Hacienda para exigir una
rebaja de la fiscalidad del gasóleo que compense las alocadas
subidas de precios que imponen las empresas petrolíferas, pero las
autoridades ya les han advertido que los impuestos que soportan son
de los más bajos de Europa. El Gobierno se escuda, como siempre, en
que los precios de los carburantes en España son baratos comparados
con los de otros países europeos. Claro que sí, pero nunca se
molestan en comparar los salarios, las prestaciones sociales o las
jubilaciones europeas con los nuestros, porque en esa estadística
España sigue estando lejos del nivel de muchos países del
continente.
Está claro que ahí hay un problema. Y grave. Parece que los
sectores primarios de la economía no interesan a nadie. El campo y
el mar envejecen, se abandonan y nadie toma medidas serias para
salvarlos o, al menos, protegerlos. Y tampoco conviene olvidar que
las subidas del gasóleo afectan al transporte por carretera que, a
la postre, pagamos siempre los consumidores.
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