Ya se había anunciado y a la hora de la verdad quedó confirmado que lo único que tienen en común los partidos nacionalistas vascos y los estatalistas es una profunda aversión mutua. La manifestación del sábado en Vitoria, convocada por el lehendakari Ibarretxe para que el pueblo vasco mostrara su rechazo a los últimos atentados, se saldó con un evidente éxito de participación, pero también con una demostración clara de cómo están las cosas en el País Vasco. Cien mil personas expresaron su repulsa a la violencia, pero lo que más llamó la atención fue que, en lugar de presentarse como una piña anti-ETA, los políticos quisieron hacer una nueva demostración de su escaso sentido del ridículo convirtiendo en protagonista de la manifestación a las consignas a favor y en contra del presidente autonómico vasco. Flaco favor hacemos a la democracia con este tipo de situaciones. Los terroristas, si tuvieron ocasión de ver las imágenes televisadas del acontecimiento, debieron de regocijarse por cómo se desarrolló la convocatoria, más centrada en las próximas elecciones generales que en el verdarero problema, que no es otro que la sanguinaria lucha armada de unos pocos locos contra todo un pueblo.
Editorial
Una manifestación ridícula
28/02/00 0:00
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