Si algo está llamando la atención a los analistas económicos
durante estos días, al hacer su anual balance, es la imparable
marcha de una economía norteamericana cuyo curso no lleva el menor
camino de desacelerarse después de tanto tiempo, infringiendo así
una norma práctica a la que ya estábamos habituados.
Baste decir que hace escasos días se ha conocido el crecimiento
registrado en el Producto Interior Bruto de Estados Unidos
correspondiente al tercer trimestre del año, cifrado nada menos que
en un 5'7 por ciento; el más alto desde el último trimestre de
1998.
Naturalmente que explicaciones para ello las hay, como por
ejemplo la fortaleza del consumo interno y el crecimiento de las
exportaciones pese a la revalorización del dólar "y es éste otro
factor sorprendente" frente a la práctica totalidad de las monedas
mundiales.
La bonanza es tal que, con vistas al futuro, los expertos hablan
ya de la conveniencia de «enfriar» una economía que corre el
peligro de desbordarse.
Algo que, por cierto, no ocurre en Europa, en donde la recuperación
"fundamentalmente la de Alemania" sigue un ritmo lento, pese a que
las perspectivas, a juicio de algunos, son alentadoras.
En cualquier caso, la enorme diferencia existente entre los
ritmos europeo y norteamericano no permite abrigar la menor
esperanza de que se atempere la pujanza del dólar respecto al
maltrecho euro.
La economía norteamericana va lanzada a toda máquina y es más
que probable que hasta bien entrado el año 2000 no se registren
fenómenos de desaceleración que permitan pensar en una hipotética
aproximación entre dos mundos: la lenta economía europea con su
enclenque euro y el hoy todopoderoso dólar.
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