Justo al día siguiente de las elecciones catalanas, en plena
euforia de los socialistas, de la Justicia les llega un jarro de
agua fría. Una jueza imputa a dos ex ministros del Interior de los
gobiernos de Felipe González, José Barrionuevo y José Luis
Corcuera, y a otros nueve altos cargos del Ministerio sendos
delitos de malversación de fondos públicos a raíz del polémico uso
que en la institución se hizo de los llamados «fondos reservados»,
que, al parecer, se embolsaron en sus bolsillos.
Los aludidos, claro, han puesto el grito en el cielo, asegurando
que se trata de una persecución política llevada a cabo por el
Partido Popular, que fue precisamente quien inició el proceso al
denunciar los hechos cuando todavía estaba en la oposición.
Destacan en las filas socialistas "incluso el propio Felipe
González lo ha hecho" que el proceso se abra el día después del 17
de octubre, insinuando que la cúpula popular tiene influencias en
las decisiones judiciales. Ya sabemos que las elecciones generales
están, como quien dice, a la vuelta de la esquina, y en estas
circunstancias parece que todo vale. Pero no es así. Puede que en
política todo valga y a ello estamos ya acostumbrados. Pero la
Justicia es "o debería ser" intocable. Atribuir a estas alturas la
capacidad de dictar órdenes a los jueces desde Moncloa es mucho
decir. Y los políticos deberían saber cuándo hablar y cuándo callar
en temas delicados como éste. No estará de más la acusación de
malversación cuando uno de los implicados, Francisco Àlvarez, ha
reconocido que recibía mensualmente un sobresueldo presuntamente
obtenido de los fondos reservados. Y el mismísimo Felipe González
ha comentado que «ni siquiera se les ha acusado de apropiación
indebida», que era, probablemente, lo que esperaban. Ahora el
asunto está en manos de la Justicia, que es donde debe estar, y
ella dictaminará quién tenía razón.
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