Días atrás, miembros de la oposición a Milosevic iniciaron una serie de concentraciones y manifestaciones cuyo objetivo último podría resumirse en uno de los lemas que figuraba en las pancartas: «Hay muchas preguntas pero sólo tenemos una respuesta, Slobodan Milosevic se debe ir». La cuestión hace ya tiempo que está clara. La continuación de Milosevic en el poder, en estos momentos, sólo puede contribuir al estallido de una guerra civil en Serbia. Ya es demasiado tarde para perseguir soluciones que pasen por unas elecciones a las que concurra el actual presidente. Su tiempo ha pasado y desgraciadamente lo ha hecho dejando un rastro de sangre y miseria. Eslovenia, Croacia, Bosnia, Kosovo, son otros tantos de los hitos que hablan de un panorama que no se debe volver a repetir. Como afirmaba recientemente el ex alcalde de Belgrado y hoy destacado líder de la Alianza por el Cambio en Serbia, Milosevic lleva 10 años involucrado en guerras que siempre acaban igual: con los serbios huyendo en tractores. Serán bienvenidas unas elecciones en el país y el pleno restablecimiento de todas las libertades, pero ello debe ocurrir en una atmósfera limpia de la presencia de un hombre responsable de tantas y tantas atrocidades. Se dice que en la actualidad Milosevic logra en las encuestas el apoyo del 20% de los serbios y, lo que es más grave, es un hecho constatable que continúa controlando el Estado Mayor del Ejército. No va a ser tarea fácil el forzar su dimisión. Pero sinceramente juzgamos que resulta imprescindible si se piensa realmente en un futuro para Serbia. Un Milosevic aferrado al poder, como por desgracia aún le vemos, es garantía de desdicha para su país y de inseguridad para la zona de los Balcanes. El destino del presidente serbio no puede ser otro que el abandono del poder y tras ello, debe obligársele a afrontar las responsabilidades que se derivan de su actuación. Ni más, ni menos.