La muerte de José Luis Geresta ha vuelto a encender la violencia
dialéctica. Desde la coalición Herri Batasuna se han dicho dos
cosas importantes: una, que Geresta era militante de ETA. Lo ha
confirmado quien, por lo que se ve, está correctamente informado.
Otra, que el etarra ha sido asesinado por un Estado terrorista que
realiza una guerra sucia contra ETA.
Las autoridades de este Estado esperan el desarrollo de toda la
investigación con elementos tan importantes como los resultados de
la autopsia del fallecido. Sin embargo, el portavoz Otegi, de HB,
ya ha dictaminado que no hubo suicidio y que el asesinato es obra
del Estado. Sin suposiciones. Y ya han empezado las reacciones.
Mal andamos porque, sin atrevernos a opinar sobre la causa de la
muerte ni su autoría, sí creemos que la prudencia aconseja una
espera adecuada hasta que la investigación termine definitivamente.
Luego, con todos los datos en la mano y aún después de haber
ejercido, quien lo tenga, el derecho a los contranálisis o las
segundas o terceras autopsias, podría abrirse un debate siempre que
fuera serio y fundamentado.
Pero la tensión acumulada en estos momentos en ambos bandos "el
nacionalista vasco y el nacionalista español" empuja al cruce de
acusaciones y descalificaciones, aunque es justo reconocer que ha
sido HB quien ha abierto la veda de la caza del adversario
político. La muerte de Geresta, como la de todos los terroristas
que han caído víctimas de su desgraciada situación, por mano propia
o ajena, ha disparado de nuevo la guerra.
Otegi dice que el Estado hace una guerra sucia contra ETA. Un
sarcasmo porque no ha esperado ni a que el cadáver se enfriara para
lanzar su acusación. Sería bueno que dejaran reposar al muerto y no
pusieran en peligro el proceso de paz.
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