Nueva Zelanda vivió ayer uno de los días más trágicos de su historia. Un atentado sin precedentes contra dos mezquitas de la localidad de Christchurch ha causado 49 muertos y más de 50 heridos. La vida de esta tranquila ciudad y la de todo el país, todo un ejemplo de integración entre residentes de distinta procedencia y etnia, se vio conmocionada por esta matanza que su autor retransmitió en directo a través de Facebook. Las terribles imágenes en las que se mostraba cómo acribillaba con un fusil automático a todos los feligreses que habían acudido a rezar en el día de la oración de los musulmanes han sido eliminadas.
Un asesino supremacista.
El asesino, un australiano de 28 años que contó con la ayuda de dos cómplices y que se declaraba supremacista, se cebó con la comunidad musulmana. Antes de cometer su execrable acción, la justificó en otra red social presentándose como «un hombre blanco normal» dispuesto a perpetrar «una barbaridad para evitar otra mayor» y para «enseñar a los invasores que nuestra tierra nunca será suya». Ha sido un atentado que guarda similitudes con el que sucedió en Noruega en 2011 cuando un joven ultraderechista mató a 72 personas en Oslo y en una isla cercana. No eran musulmanes pero representaban un modelo de integración que los fanáticos supremacistas no toleran.
Inspiración criminal.
El autor de la matanza ha reconocido que se inspiró en lo ocurrido en el país nórdico. Pero hay más trágicas inspiraciones, entre ellas la de un español neofascista que mató a un joven izquierdista en Madrid. Su nombre figura en uno de los cargadores. Pero no es el único, también hay los de asesinos de inmigrantes y batallas contra musulmanes. Los criminales de extrema derecha se retroalimentan, se imitan y buscan la confrontación con quienes son distintos por su religión o su raza. Ante este desafío se debe poner freno a quienes incitan a la xenofobia y atentan contra la pacífica convivencia en cualquier lugar del mundo.