Hace unos días informábamos que Valentina Assordi había conseguido recuperar su vivienda, situada en sa Penya, tras once años batallando contra los okupas que se apoderaron de su propiedad. El jueves, sin embargo, se encontró un agujero en el tapiado de la puerta de acceso al inmueble, señal inequívoca del nuevo intento de los intrusos de apoderarse de la casa una vez más. Aunque no había nadie en el interior, Valentina fue amenazada con gritos como «vamos a entrar cuando queramos» y «ya te hicimos daño una vez». Esta ciudadana se siente abatida y padece crisis de ansiedad, pero lo más preocupante es la aparente falta de voluntad de las instituciones para intentar normalizar la situación de sa Penya, que se ha convertido en un supermercado de la droga y en un barrio donde no hay más ley ni orden que la que promulgan cuatro clanes con cuyo historial delictivo se podría empapelar el paseo Vara de Rey.

Un barrio inseguro.
No deja de sorprender que alguien pueda abrir un boquete a martillazos en plena vía pública, tranquilamente, sin que ningún agente de la autoridad se percate ni nadie lo denuncie. La desidia parece haberse apoderado de las instituciones y cuesta creer que realmente exista voluntad política para resolver un problema que no extraña ya a nadie. También hay que empezar a mirar hacia la Dirección Insular del Estado, responsable de las Fuerzas de Seguridad, y preguntar qué piensa hacer en sa Penya para que las personas puedan habitar allí libremente, sin miedo a que les abran un boquete en la pared y se apoderen de sus bienes muebles e inmuebles.

Soluciones ya.
Este periódico informaba hace unos días que muchos inversores se han fijado en sa Penya porque se encuentra en una ubicación privilegiada, pero cuesta creer que en las actuales circunstancias alguien quiera vivir en este barrio. La Policía Local ni siquiera va por sa Penya y los vecinos que no venden droga ni viven en casas ajenas sólo desean abandonar el lugar porque están atemorizados. Y todo esto sucede en pleno centro de la segunda ciudad más grande de Balears. Cuesta creerlo y aún más admitirlo, pero así es. Lo único positivo es que parece imposible que la situación empeore.