La exhortación se estructura en torno a cinco capítulos --'El llamado a la santidad', 'Dos sutiles enemigos de la santidad', 'A la luz del maestro', 'Algunas notas de la santidad en el mundo actual' y 'Combate, vigilancia y discernimiento'-- y trata de «hacer resonar una vez más el llamado a la santidad» en «el contexto actual» a lo largo de 122 páginas en las que son numerosas las referencias a santos como Juan Pablo II, San Juan de la Cruz, San Agustín, Santo Tomás de Aquino, y la Virgen María, «la santa entre los santos».
El Papa comienza definiendo los signos que se tienen en cuenta en los procesos de beatificación y canonización pero precisa que también existe «la santidad de la puerta de al lado» o, utilizando otra expresión, «la clase media de la santidad». «Me gusta ver la santidad en los padres que crían con tanto amor a sus hijos, en esos hombres y mujeres que trabajan para llevar el pan a casa, en los enfermos, en las religiosas ancianas que siguen sonriendo. En esta constancia para seguir adelante cada día, veo la santidad de la Iglesia militante», asegura.
DIFAMACIÓN Y CALUMNIA SON COMO UN «ACTO DE TERRORISMO»
Además, explica que el «carnet de identidad» del cristiano y la clave para llegar a ser santos son las bienaventuranzas: ser pobres en espíritu y corazón; ser mansos, incluso con los adversarios --algo en lo que reconoce que la Iglesia se ha «equivocado» muchas veces--; llorar con los que lo están pasando mal; ser misericordiosos; buscar la justicia --rehuyendo «las pandillas de corrupción"--; ser perseguidos, con violencia o burlas; y construir la paz --no solo frente a las guerras sino también ante la «difamación y la calumnia» que son «como un acto de terrorismo».
El Pontífice recuerda el Concilio Vaticano II, el cual destacó que «todos los fieles cristianos» son llamados a la santidad «cada uno por su camino», en el matrimonio o el trabajo. «¿Tienes autoridad? Sé santo luchando por el bien común y renunciando a tus intereses personales», propone. Así, apunta que la santidad no está «reservada» a obispos, sacerdotes o religiosos y que no hay que «desalentarse» al contemplar «modelos de santidad que parecen inalcanzables». También precisa que la vida de los santos no es «perfecta» y pueden tener «errores y caídas».
Asimismo, advierte de la importancia de estar al lado de los pobres y los que sufren para alcanzar la santidad. «En el capítulo 25 del Evangelio de san Mateo hallamos un protocolo sobre el cual seremos juzgados: 'Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme. Por lo tanto, ser santos no significa poner en blanco los ojos en un supuesto éxtasis», explica Francisco.
A su juicio, la santidad no puede entenderse «al margen» de este compromiso con los demás. «Cuando encuentro a una persona durmiendo a la intemperie puedo sentir que ese bulto es un imprevisto que me interrumpe, un estorbo en mi camino, un aguijón molesto para mi conciencia, un problema que deben resolver los políticos y quizá, hasta una basura que ensucia el espacio público», advierte, para avisar de que eso no es propio del cristiano.
MUJERES SANTAS Y REFORMADORAS
Dentro de las formas variadas de santidad, Francisco destaca a las mujeres santas y asegura que «el genio femenino» se manifiesta también en «estilos femeninos de santidad, indispensables para reflejar la santidad de Dios en este mundo». En este sentido, apunta que, incluso en épocas en que las mujeres fueron relegadas, hubo santas que provocaron «importantes reformas en la Iglesia» y «nuevos dinamismos espirituales"; y menciona a santa Hildegarda de Bingen, santa Brígida, santa Catalina de Siena, santa Teresa de Ávila o santa Teresa de Lisieux.
Por otro lado, en el capítulo segundo, el Papa advierte de «dos falsificaciones» de la santidad: el gnosticismo y el pelagianismo, «dos herejías que surgieron en los primeros siglos cristianos pero que siguen teniendo alarmante actualidad».
NACIDOS Y NO NACIDOS
También avisa de dos errores «nocivos e ideológicos», el de los cristianos que «convierten al cristianismo en una especie de ONG» y el de aquellos que viven «sospechando del compromiso social de los demás, considerándolo algo superficial, mundano, secularista, inmanentista, comunista y populista» o que «lo relativizan». Y pide que se defienda con igual firmeza tanto al no nacido como a los pobres y migrantes.
«La defensa del inocente que no ha nacido, por ejemplo, debe ser clara, firme y apasionada, porque está en juego la dignidad de la vida humana siempre sagrada y lo exige el amor a cada persona más allá de su desarrollo. Pero igualmente sagrada es la vida de los pobres que ya han nacido, que se debaten en la miseria, el abandono, la postergación, la trata, la eutanasia encubierta de enfermos y ancianos privados de atención o las nuevas formas de esclavitud», concreta.
Francisco también rechaza la actitud de aquellos que consideran «menor» la situación de los migrantes, que lo tachan de «tema secundario al lado de los temas 'serios' de la bioética». «Que diga algo así un político se puede comprender pero no un cristiano a quien solo le cabe la actitud de ponerse en los zapatos de ese hermano que arriesga su vida para dar un futuro a sus hijos», enfatiza. Y todo esto, añade, no se trata de «un invento de un Papa o de un delirio pasajero» porque la misericordia es «viga maestra» de la Iglesia y «la llave del cielo».
En esta tarea cotidiana puede jugar una «mala pasada», según indica, la «fiebre» del «consumismo hedonista», del «disfrute epidérmico». Para combatirlo, propone «cultivar una cierta austeridad» y alerta de las nuevas formas de consumo de información como «un factor de atontamiento».
VIOLENCIA VERBAL EN REDES SOCIALES
Por otra parte, Bergoglio alerta de las «redes de violencia verbal» a través de Internet y foros. «Aun en medios católicos se pueden perder los límites, se suelen naturalizar la difamación y la calumnia, parece quedar fuera de toda ética y respeto por la fama ajena», critica.
Por otro lado, Francisco advierte del «zapping» al que están expuestos los jóvenes del mundo actual, donde pueden interactuar en «escenarios virtuales» o navegar en varias pantallas simultáneamente y propone el «discernimiento espiritual», es decir, la capacidad de razonar y reflexionar con la ayuda de la oración para entrever «el proyecto único que Dios tiene para cada uno», con el fin de no convertirse en «marionetas a merced de las tendencias del momento».
También avisa de «la corrupción espiritual» que «es peor que la caída del pecador» porque se trata de «una ceguera cómoda y autosuficiente donde todo termina pareciendo lícito: el engaño, la calumnia, el egoísmo o la autorreferencialidad».
Además, enumera algunas notas más sobre la santidad, como la necesidad de tener humildad y sentido del humor. También afirma que la Iglesia no necesita tantos burócratas y funcionarios, sino misioneros apasionados que invitan «a salir de la mediocridad tranquila y anestesiante». Asimismo, apunta que la santificación suele ser un camino «comunitario» --como el de las siete beatas religiosas del primer monasterio de la Visitación de Madrid--; y recuerda que para ser santo hay que estar «abierto a la trascendencia». «No creo en la santidad sin oración», zanja.
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