Hablar de don Gabriel es hablar de un hombre visionario que entendió, mucho antes que otros, la importancia del turismo como motor económico y social. Desde unos inicios modestos, construyó una gran empresa internacional hotelera que transformó no solo la generación de valor social sino la forma de hacer negocios en el sector. Pero lo verdaderamente extraordinario de su legado no se mide en números, sino en la filosofía que impregnaba cada uno de sus proyectos: una combinación de generosidad; innovación y respeto por las personas.
Recuerdo con claridad cómo, en reuniones y conversaciones, don Gabriel siempre encontraba tiempo para ilustrar. Con una humildad que contrasta con la magnitud de su éxito, compartía sus ideas y su experiencia no como lecciones magistrales, sino como un mentor que quería enriquecer a quienes lo rodeaban. Aprender de él no era un acto pasivo, era una invitación constante a reflexionar, a crecer y a asumir que los valores humanos eran tan importantes como las cifras en cualquier balance.
De él aprendí tres lecciones fundamentales. La visión estratégica, Don Gabriel no solo veía oportunidades, las creaba. Entendía que el turismo no era solo un servicio, sino una experiencia integral que debía aportar valor a todos los implicados: los viajeros, los trabajadores y las comunidades locales. Esta mirada holística marcó un antes y un después en la forma en que se desarrollaron los destinos turísticos.
La generosidad como filosofía de liderazgo, no fue un líder que se quedara con el conocimiento. Siempre estaba dispuesto a compartir, a impulsar a quienes lo rodeaban y a apostar por el talento como motor de éxito colectivo. Y, por último, el valor del aprendizaje continuo. Pese a su experiencia, siempre mostró una capacidad única para escuchar y adaptarse. Creía en la importancia de leer el entorno, de aprender de los errores y de evolucionar con los tiempos, sin perder los principios que lo definían.
Esta generación de empresarios, de la que don Gabriel es un ejemplo icónico, nos deja un legado mucho más amplio que sus logros empresariales. Nos deja una guía, un mapa ético y estratégico para enfrentar los retos del futuro. Su vida es una invitación a trabajar con valores, a priorizar a las personas y a construir desde el respeto y la empatía.
Hoy, al despedirlo, pienso en las conversaciones, en los momentos de aprendizaje y en el trato siempre cercano que tuvo conmigo. Esa cercanía no era casualidad, era la expresión genuina de alguien que entendía que liderar es, ante todo, inspirar. Don Gabriel Escarrer nos deja mucho más que un modelo de experiencia cliente y gestión empresarial, nos deja una forma de entender el mundo y el trabajo, donde la humanidad y el valor social son el verdadero legado.
Descanse en paz, don Gabriel, sabiendo que su huella perdurará en cada uno de nosotros.