El profesor del IESE y articulista de La Vanguardia, Xavier Vives, en su artículo del pasado viernes 15, vaticina que EEUU y el resto del mundo sufrirán la magnitud del huracán Donald Trump que irrumpirá a nivel global con categoría 5. Si es así, ya nos podemos atar los machos. En primer lugar, Europa, debe ponerse las pilas y reafirmar su autonomía frente a su viejo aliado estadounidense. Éste, muy probablemente, limitará su cooperación con la UE en temas claves como pueden ser, entre otros, comercio, cambio climático y seguridad.

Afirmo lo anterior porque va de suyo que detrás del eslogan de TrumpAmérica first’, subyace la pulsión proteccionista de favorecer especialmente a las regiones industriales que aún no han superado las consecuencias de la crisis de 2008 y, la más reciente derivada del coronavirus, cronificado con ello el desempleo y la precariedad de sus habitantes. A este sector de la población, que no entiende de indicadores macro, sino de las políticas centradas en la economía doméstica que les permita cubrir sus necesidades básicas, debe, en buena medida, Donald Trump, su indiscutible victoria.

En nuestro país, que a nivel macroeconómico vivimos una especie de veranillo de San Miguel, el Gobierno debería tener muy en cuenta lo ocurrido en EEUU (la política de Biden en términos macroeconómicos fue correcta) y ser conscientes de que las personas con menores ingresos priorizan el precio de la cesta de la compra y la vivienda al crecimiento del PIB o la reducción del déficit público. Es obvio, que los gobiernos tienen la obligación de velar por el control de estos indicadores macro, pero, insisto, en una sociedad donde la brecha entre ricos y pobres se va incrementando, lo que realmente preocupa a los trabajadores es llegar a fin de mes y tener sus necesidades básicas cubiertas.

Para salir de la crisis, el presidente Joe Biden aplicó la ortodoxia keynesiana para que el sector público fuera el verdadero motor de la reactivación económica y el empleo, con ello evitó la recesión, pero, muy a su pesar, la brecha entre ricos y pobres se ha incrementado durante su mandato. Es por ello que el discurso populista de Trump, con su política arancelaria como estandarte para proteger las industrias nacionales y la promesa de crear puestos de trabajo mejor retribuidos, ha caído como agua de mayo entre los ciudadanos de la parte baja del escalafón. No me resulta extraño que así haya ocurrido después de leer una entrevista al Premio Nobel de Economía, Simon Johnson, en la que afirmaba que a los trabajadores de las empresas tecnológicas con menos estudios el salario real no les ha aumentado desde la década de los sesenta. Seguramente, esto mismo les haya ocurrido a trabajadores de otros sectores productivos.

Esto último, juntamente con el propósito de solventar la inmigración ilegal y la promesa de poner freno a la deslocalización de empresas, han sido los factores principales de la victoria de Trump frente a Kamala Harris, a la que tampoco ha ayudado su deslucida gestión como vicepresidenta a la sombra de Biden.

De todas formas, creo muy improbable que el trumpismo, que controlará todo el poder del Estado, pueda resolver los problemas de la actual sociedad americana tan desigual y polarizada; pero sí puede perjudicar a Europa al limitar sus exportaciones y, para más inri convertirnos, indirectamente, en el mercado preferente de China. Esperemos, al menos, que el trumpismo haga espabilar de una vez a los responsables de la UE.