Blanca, Paula y Pablo son la cuarta generación de la familia Fuster al frente del negocio, pero la quinta desde que Guillermo Krug lo fundara en el año 1879
Los hermanos Fuster, Paula, Blanca y Pablo, han recogido el legado familiar, impulsado por su padre, con el objetivo de mantener intacto el espíritu de la empresa. | Aina Ambrosio
Hay empresas que pertenecen a una época concreta, a un tiempo determinado. Nacen al amparo de una moda, son efervescentes y, en muchos casos, efímeras. Sin embargo, hay otras cuya existencia va más allá de una fecha en el calendario. Llegan para quedarse y su legado se transmite de una generación a otra. Se incrustan en su entorno, se incorporan a la memoria popular y forman parte de la historia de la ciudad o comunidad a la que pertenecen. Relojería Alemana es una de ellas. La historia de esta empresa familiar abarca tres siglos y cinco generaciones: nació en el XIX, se desarrolló en el XX y ha recogido el guante del XXI para consolidarse como la referencia de la alta joyería y la relojería de lujo en Balears. Su árbol genealógico tiene raíz alemana, pero el tronco y las ramas llevan apellidos mallorquines.
El fundador de la compañía, en 1879, fue Guillermo Krug, un alemán enamorado de Mallorca, que abrió su tienda en la calle Colón, en el mismo lugar que, 145 años después, sigue ocupando la Relojería Alemana. Murió sin descendencia, pero tuvo la visión de dejar en herencia el negocio a su aprendiz más aventajado, Pablo Fuster, tatarabuelo de los actuales gestores, quien le había mostrado su interés en comprar una parte de la empresa sin saber que ya había sido elegido por Krug para continuar con su legado. «Sí, nos sentimos quinta generación de la empresa, aunque seamos la cuarta respecto a la familia», responden casi al unísono Blanca, Paula y Pablo Fuster Planas, los actuales gestores, asumiendo de esta manera el peso de la tradición de la Relojería Alemana.
Repasemos su historia: Pablo Fuster Cortés es el primer Fuster al frente del negocio, en el que se mantuvo durante 68 años, desde 1908 a 1976. En ese tiempo convivió con Gaspar Fuster Forteza, su hijo, en la empresa desde 1939 a 1996, 57 años, y con su nieto Pablo Fuster Tarongí, que se incorporó al negocio en 1968 y se retiró formalmente en 2011 y que tiene el privilegio de ser el primero de la familia en haberse jubilado de manera oficial. Pablo Fuster Tarongí, innovador e inconformista desde joven, fue quien abrió la empresa a la joyería, con un éxito más que notable. Ganó concursos, recibió premios y creó su propia línea de joyas con la marca By Pablo, una aventura muy satisfactoria.
Claramente, Relojería Alemana había mantenido hasta su llegada la tradición de las empresas familiares en Balears al traspasar al hijo mayor varón el negocio, compensando al resto de hermanos con otros bienes. Sin embargo, cuando él tuvo que afrontar el momento de la sucesión, no le tembló el pulso, afrontó el inevitable cambio y cedió los mandos de la empresa a sus tres hijos, Blanca, Paula y Pablo. Fue una decisión que vino rodada, sin presiones y tomada por voluntad propia, acorde a los tiempos actuales y con el apoyo firme de su mujer Maena. «Nadie nos obligaba, pero siempre hemos ido a la tienda, como conocen a la sede principal de la Relojería Alemana, y hemos pasado mucho tiempo allí durante las vacaciones escolares», afirma Paula al explicar cómo su incorporación a la empresa se hizo de una manera muy natural y sencilla. «Hacíamos de todo, desde lazos para los regalos de Navidad hasta llevar papeles al banco cuando era necesario».
Con Pablo padre alejado del día a día, por voluntad propia, Blanca es la primera mujer directiva en los 145 años de la Relojería Alemana y actualmente es la directora de la parte de joyería, que representa aproximadamente el 30% de la facturación, además de dirigir la Boutique Cartier y el departamento de recursos humanos, una de las joyas más preciadas de su empresa. Paula, está al frente de la parte de relojería, mientras que Pablo ocupa el cargo de director general y coordina todas las áreas del negocio. «Pero las decisiones importantes siempre las tomamos entre los tres», afirma con la complicidad de sus hermanas y el beneplácito de su padre, muy orgulloso de que la relación entre ellos sea tan fluida como fructífera.
Los tres han recibido una amplia formación académica: Pablo en finanzas, mientras que Blanca y Paula se han especializado en relojería y gemología. Los estudios teóricos, junto a las enseñanzas prácticas recibidas in situ por su padre y por empleados de su máxima confianza y con una dilatada experiencia en la empresa, les ha permitido afrontar los retos del día a día con una gran seguridad y confianza. La propiedad de la empresa es 100% de la familia, pero cuenta con un amplio equipo de profesionales que les asesora y complementa.
Actualmente están trabajando en la redacción de un protocolo familiar que regule sus relaciones empresariales. No había sido necesario hasta ahora, pero son conscientes de que un reglamento que ordene traspasos, ventas, incorporaciones o retribuciones resulta hoy imprescindible si quieren facilitar a sus hijos en un futuro la transición hacia una empresa con la propiedad más repartida. Han hecho un esfuerzo para separar y evitar que las comidas familiares sean la continuación de las reuniones de la empresa, aunque a veces sea inevitable continuar en casa las conversaciones o negociaciones del trabajo.
Pablo hijo tiene dos hijos, Blanca uno y Paula está en ello, según sus propias palabras. Les gustaría que siguieran sus pasos en la empresa, pero de manera unánime tienen claro que sus descendientes gozarán de absoluta libertad para decidir a qué quieren dedicarse. «Más de la que tuvimos nosotros». El negocio de la Relojería Alemana ha ido evolucionando, sin perder la esencia de sus inicios. Se ha pasado de que se compraba un reloj para toda la vida a que haya clientes que compran casi un reloj a la semana.
Como empresa líder han tenido y tienen ofertas de compra de manera recurrente. «Recibimos correos, oímos rumores, pero no perdemos tiempo ni en contestarlos». En la actualidad cuentan con cuatro establecimientos abiertos al público. La tienda del Carrer Colón es el emblema de la firma y su hogar a lo largo de tres siglos. Se reformó hace pocos meses, con un gusto y un estilo marca de la casa. Ofrece la intimidad y el escenario preciso para que la experiencia de compra sea plenamente satisfactoria. Como explica Pablo hijo, comprar una pieza en su tienda es algo más que adquirir un producto sin más.
La primera que abrieron en el Passeig del Born fue inaugurada hace 13 años, ganó varios premios por su diseño y Pablo padre considera una verdadera obra de arte. Sin embargo, durante el año 2025 se transformará en un centro exclusivo Rolex, una de esas marcas referenciales que ha ido forjando la leyenda de la Relojería Alemana a lo largo de los años. La segunda tienda en el Born, abierta hace muy poco tiempo, es otro de esos locales que invitan a descubrirlos, sobrios y elegantes, llenos de magia. También cuenta con una Boutique Cartier en la Plaça de Cort, una prueba de la buena sintonía de los Fuster con lo más exclusivo y selecto segmento del lujo. Durante muchos años también tuvieron pequeños «córners» en los hoteles más emblemáticos de la isla para atender a los huéspedes en su propia residencia, pero decidieron suprimirlos para mantener la esencia de sus tiendas. La relojería es un negocio con margen y puede mantener una estabilidad en los precios que en el caso de la joyería resulta más complicado por la fluctuación en los precios de las materias primas que emplean. Aún así, la altísima demanda de determinadas piezas de relojería hace que los precios de algunos modelos se hayan disparado y la listas de espera para acceder a uno de ellos sean casi eternas.
Relojería Alemana vende lujo y exclusividad. Trabajar con marcas como Cartier, Rolex o Patek Philippe tiene muchas ventajas, pero otros tantos inconvenientes. Donde antes había un apretón de manos para sellar un acuerdo, hoy hay un contrato de infinitas páginas y una legión de abogados para firmarlo. «La relación tienda-marca se ha endurecido, ha perdido el trato familiar de antaño», afirma Pablo padre, con una cierta nostalgia de aquellos tiempos en los que la palabra era ley. Tal vez por ello nació Setenta y Nueve, una marca propia de joyería surgida de la inquietud creativa de los tres hermanos. El nombre evoca la fecha de fundación de la empresa, 1879, y el concepto que pretenden es mantener la capacidad de creación propia que instauró su padre cuando era el joven soñador, que aún hoy sigue siendo.
Hay clientes de toda la vida que se dirigen a la Relojería Alemana para arreglar piezas de by Pablo o para adaptar joyas antiguas o clásicas a los tiempos modernos. También acuden con relojes heredados o que necesitan una puesta a punto tras años sin hacerlo. Es el momento en el que sus talleres, casi laboratorios, pueden expresar lo que representan 145 años de experiencia. Pero también hay nuevos clientes con gustos peculiares, como aquel al que se refiere Pablo hijo, que le compraba los relojes de dos en dos, uno para emplearlo de manera habitual y otro para conservarlo intacto. Cuanto más exclusivo y raro es el modelo de reloj, más exclusivo y raro suele ser su comprador. La adaptación a los nuevos tiempos es imprescindible y es mejor surfear la ola que ser arrastrado por ella.
Si los Fuster están orgullosos de sus tiendas y de sus productos, más lo está de sus trabajadores. Como sucede en muchas empresas familiares, el personal representa una de las fortalezas del negocio. Personas que forman parten de la historia de la Relojería Alemana y que, literalmente, han visto crecer tanto a la empresa como a sus propietarios. Nombres y apellidos tan emblemáticos como los clientes a los que han atendido. La plantilla actual la forman 52 personas y son uno de los puntos fuertes de la empresa. Discretos en el trato y cordiales en la relación con los clientes, han mantenido la esencia del negocio a través de varias generaciones. Apellidos como Dengra, Font, García, Sánchez, Campos o Salom, sin querer olvidar a nadie, también forman parte de la historia de la Relojería Alemana. Aunque se resisten a proporcionar datos financieros, acorde con su siempre elegante discreción, los tiempos actuales son de bonanza para el negocio, aunque las crisis recientes, como la financiera del 2008 o la provocada por la covid, han sido momentos que han puesto a prueba la solidez de sus cimientos. Tampoco son ajenos a los cambios que han ido introduciendo la normativa fiscal que impedía los pagos en efectivo y restringía determinadas operaciones, antaño habituales.
Los relojes de alta gama se han convertido en un oscuro objeto de deseo para todo tipo de personas y personajes. Son el fruto del trabajo y esfuerzo de quien lo compra honradamente y un producto de inversión para quienes tienen exceso de liquidez y buen gusto, pero también se han convertido en piezas fáciles para los delincuentes. Es por ello que los controles son exhaustivos a la hora de reparar o realizar mantenimientos, cada reloj tiene su propia numeración y cualquier robo se comunica internamente, tanto al establecimiento como a la propia marca, para poder recuperarlo en caso de que llegue a cualquier taller oficial. Al comentar esta cuestión, Pablo padre recuerda como sufrió personalmente el robo de un reloj de coleccionista, un Richard Mille, de esos que están al alcance de muy pocas muñecas. Puso la correspondiente denuncia y al cabo de un tiempo logró recuperar la pieza, que de manera inexplicable había llegado a Dubai.
En los tiempos en que las empresas buscan internacionalizarse, la Relojería Alemana se abre al exterior desde Mallorca. Así, aproximadamente el 80% de sus ventas se realizan por parte de residentes, incluidos los internacionales, mientras que el 20% restante son operaciones de turistas extranjeros. Pablo hijo lo resume en una frase sencilla, pero rotunda «el lujo se compra de vacaciones». A caballo de tres siglos, la Relojería Alemana mantiene la esencia del tiempo, ese que transcurre mientras la vida pasa sin apenas darte cuenta.