Los estadounidenses William D. Norhaus y Paul Romer han sido galardonados este lunes con el premio Nobel de Economía. A pesar de que sus campos de estudio puedan parecer muy alejados ambos tienen muchas cosas en común: sus contribuciones están relacionadas con el estudio de las externalidades, reconocen el papel fundamental de las instituciones públicas en su corrección y en que su correcto funcionamiento es clave para el crecimiento a largo plazo.

Nordhaus fue un pionero en el estudio de los efectos negativos de la contaminación y del cambio climático en el análisis económico. Antiguamente las empresas a la hora de tomar sus decisiones sobre su producción no introducían los costes sociales que generaba la contaminación lo que podía provocar costes o efectos externos negativos sobre algunos consumidores u otras empresas que no eran recogidos por el mercado (lo que denominamos externalidades negativas).

En sus modelos Nordhaus intenta incorporar como un coste adicional al uso de la fuerza de trabajo o del capital, el coste de la destrucción de los recursos naturales por la contaminación y aboga por la introducción de mecanismos correctores para que el coste privado de la empresa se iguale al coste social.
Hoy en día el principio “de quien contamina paga” es un eje fundamental de la política medioambiental europea, pero su aplicación requiere conocer la magnitud del coste de la contaminación y forzar la efectiva compensación por el emisor.

La contaminación no conoce fronteras, la lluvia acida del carbón ruso puede llegar hasta los bosques alemanes o franceses por lo que existe un verdadero problema de jurisdicciones para internalizar el coste de la contaminación. Tener instituciones internacionales con un ámbito aplicación universal en el que se calculen e interioricen los daños de las emisiones y se puedan compensar los daños entre países ha sido uno de los empeños de Nordhaus y otros muchos economistas que se han plasmado en acuerdos como el de los FCC, el Protocolo de Kioto o el más reciente Protocolo de París sobre el cambio climático.

Romer es conocido por su labor en torno a la innovación. Los modelos neoclásicos de crecimiento tradicionales explicaban el crecimiento en términos de acumulación de capital y trabajo. El aumento de la renta per cápita requería utilizar más capital por trabajador para aumentar su producción, pero dicho aumento se producía a tasas decrecientes. En los cálculos realizados por Solow en los años ochenta, el resultado del crecimiento experimentado por la economía americana resultaba ser superior al esperado por el aumento en la acumulación de capital. El denominado “residuo de Solow” atribuía a las mejoras tecnológicas de la era de la informática y la mejora de la calidad del capital humano el crecimiento residual no explicado.

Siguiendo esta visión, Romer intentó explicar que existían elementos “endógenos” en una economía que podían explicar su mayor crecimiento frente a otras (Filipinas/EE.UU). Entre los elementos claves estaban el espíritu y la cultura innovadora. Las economías de escala eran básicas en la innovación por lo que los países dotados de grandes empresas multinacionales y centros de investigación capaces de asumir los riesgos de la innovación y apropiarse de los resultados tenían una mayor capacidad de crecimiento.

En este sentido los grandes centros innovadores generaban externalidades positivas sobre la sociedad. Formaban científicos, empresas spin-off, cultura innovadora de la que se beneficiaban otras empresas y consumidores. La calidad del capital físico, el stock de conocimientos y el capital humano mejoraban y permitían un mayor crecimiento a largo plazo.

Para garantizar estos resultados el Estado debía tener instituciones que velaran por la protección de las innovaciones mediante patentes y derechos de autor al mismo tiempo que promover su acceso gratuito en etapas posteriores. Las instituciones públicas debían subvencionar la investigación básica ya que los beneficios de la misma no podían ser recogidos directamente por los investigadores en el mercado y sin embargo eran fuente en su aplicación de innovaciones futuras (externalidades positivas).

Por tanto, un buen funcionamiento de las instituciones era clave para garantizar el crecimiento a largo plazo.

Por último, llama la atención que los premiados están en las antípodas ideológicas de Donald Trump. Nordhaus es una de las almas teóricas del Protocolo de París mientras que Romer es un destacado defensor del comercio internacional como elemento clave de la difusión de las innovaciones y el crecimiento.