Entre los efectos más evidentes que se desprende del aumento de la presión humana se encuentra, sin duda, la saturación de espacios naturales, centros urbanos e infraestructuras que ocupan una posición importante en la cadena turística de valor o en la función de bienestar de los residentes. De la misma forma, aunque su efecto sea menos visible, se acepta que la presión humana –al aumentar la presión sobre la capacidad de asimilación del medio ambiente– es también la principal causa de la contaminación del aire, del agotamiento de las reservas de agua y de la pérdida de biodiversidad, entre otros.

Es ante esta evidencia –según la cual se agotan los recursos de buena calidad y se realiza un uso cada vez más intensivo de los activos disponibles– que cabe ubicar los artículos, informes y posicionamientos –cada vez más numerosos– que sitúan el vector demográfico en el origen de muchos de los problemas que arrastra el archipiélago balear y, por consiguiente, apelan al control de la presión humana como un instrumento clave para evitar el deterioro irreversible de unos recursos que son, por definición, escasos físicamente.

Este punto de vista, de matiz claramente maltusiano, conduce directamente a otra cuestión: los límites al crecimiento económico. Pues se entiende que la saturación y los problemas ambientales están relacionados con la escala de las actividades económicas, lo cual convierte el crecimiento económico sostenible en un imposible lógico.

No obstante, la evidencia económica acumulada por cientos de investigadores en todo el mundo señala que los problemas de saturación, al igual que otros muchos problemas ambientales, no surgen de la escala o tamaño de la economía, sino de las elecciones sociales o, en otros términos, del modo particular en que se produce el crecimiento económico. De ahí que lo que debería cuestionarse no es tanto el crecimiento económico sino el camino por el que este se consigue, lo cual convierte el crecimiento económico sostenible en un posible lógico.
Y es que la relación entre presión humana y saturación no debe interpretarse como algo estático.

El impacto de la presión humana depende de la tecnología de transporte, que abarata o encarece el acceso; de la tecnología de producción, que define la eficiencia de la cadena de valor; de la tecnología de uso, que fija el potencial contaminante con relación al volumen; así como del ritmo al que se produce el crecimiento económico y de las oportunidades de empleo que existan en sectores no intensivos en mano de obra. También cabe esperar que la saturación se reduzca con el desarrollo de bienes y servicios más avanzados.

De ahí que antes de deducir que el control de la presión humana es el único medio para reducir el impacto de la actividad económica sobre el medio ambiente, deberían explorarse las oportunidades, que según, la evidencia disponible, residen en la transformación productiva, el avance de la estructura económica y la reespecialización, cuestiones que tienen un beneficio mucho más significativo sobre la calidad ambiental.

Dicho de otro modo, antes que la presión demográfica, es el patrón de crecimiento el que explica la magnitud de la saturación. De ahí la importancia que adquiere el modo y la capacidad de respuesta de la sociedad a los problemas planteados por la escasez física, que informa en cada momento del volumen y calidad de las reservas disponibles de cada activo, pero no de su gestión.

El crecimiento actual no tiene por qué traducirse necesariamente en menores posibilidades de crecimiento en el futuro, de la misma forma que la abundancia de recursos naturales no siempre constituye una ventaja comparativa para el desarrollo económico de una región. Y es que tanto la abundancia como la escasez requieren de algo más que una actitud.