La controversia entre el liberalismo de Hayek y el intervencionismo de Keynes se inicia en los años cuarenta y llega prácticamente hasta nuestros días. Para un economista keynesiano, las causas de la prolongada crisis económica actual son una serie de tendencias y fenómenos no financieros entre los que destacarían el cambio demográfico, el estancamiento tecnológico, el alto endeudamiento de hogares y empresas o la incertidumbre política. Todos estos elementos estarían deprimiendo la demanda agregada actual, presionando a la baja el consumo y la inversión empresarial, provocando el estancamiento del PIB y del empleo.
Por el contrario, para un hayekiano la prolongada crisis económica actual sería consecuencia de la evolución de los ciclos económicos y del incorrecto uso de las políticas monetarias y fiscales aplicadas para hacerlos frente (inversiones en aeropuertos vacíos) que, en última instancia, han conducido a un endeudamiento público y privado contraproducente, que ha deprimido aún más la demanda.
Dos postura tan diferenciadas dan lugar a prescribir soluciones casi opuestas. Para un keynesiano, la solución a la crisis actual pasa por fomentar de forma más contundente la demanda mediante políticas monetarias y fiscales expansivas que financien nuevas infraestructuras y gastos creadores de empleo, aun a costa de un mayor endeudamiento (aprovechando los bajos intereses actuales) o directamente monetizando los déficits. Por el contrario, la solución hayekiana, menos popular políticamente, consiste en desendeudarse progresivamente, reestructurar la deuda, contenerse fiscalmente y adoptar reformas estructurales.
En este contexto, Draghi sostiene que los dos males que amenazan el crecimiento económico per cápita y la cohesión europea son el envejecimiento poblacional y el bajo ritmo de aumento de la productividad (0,5% actual frente el 2% anual hasta 1995). Para compensar el primero propone la disminución del paro estructural y el aumento de la población activa, mientras que, para el segundo, propone el mantenimiento de las reformas estructurales y el desendeudamiento económico. Curiosamente estos dos segundos argumentos coinciden con la visión hayekiana.
Regulaciones comerciales e industriales más ágiles y un sistema financiero más eficiente y flexible, donde las quiebras no traben los recursos crediticios necesarios para otras empresas, son algunas de las reformas estructurales que permitirían retornar a los ritmos de crecimiento de la productividad necesarios para remunerar de forma creciente al trabajo y mejorar la tasa de actividad del sistema. Más trabajadores y mayores salarios resolverían el problema de la viabilidad de la Seguridad Social, eliminado la incertidumbre que atenaza el consumo y la inversión, impulsando la demanda agregada hacia un ciclo virtuoso de crecimiento. Y todo esto se conseguiría con algo de sacrificio, pero sin mayores endeudamientos.
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