Seguramente muchos de los lectores no se habrán dado cuenta aún, pero estamos inmersos en la 4ª Revolución Industrial, una nueva vuelta de tuerca capitalista caracterizada por la bio y nanotecnología, el desarrollo de los robots y la inteligencia artificial, además de la conectividad total del “internet de las cosas”. Este cambio de paradigma se produce a una velocidad mucho mayor a las tres revoluciones precedentes, lo que añade un factor de desestabilización adicional: los empleos que destruya la robotización y la incipiente inteligencia artificial (aún se trata de programas que automatizan tareas, con un grado mayor o menor de complejidad) no se cubrirán con la debida celeridad con los nuevos empleos que se creen. Los expertos del Foro de Davos en un informe fechado a principio de año calculan que en términos netos se van a destruir 5,1 millones puestos de trabajo, gran parte de ellos en el sector administrativo y en profesiones de cualificación media, como los asesores financieros.
Nuestro mercado laboral no está preparado para los cambios que se avecinan. En nuestra comunidad autónoma no abundan los informáticos, matemáticos, ni los ingenieros, profesiones a las que sí beneficiará la transformación. También los músicos y profesionales cuyo componente de creatividad sea elevado estarán más protegidos de la competencia no humana. Los trabajos del sector servicios cuyo valor añadido esencial sea la interacción humana aguantarán, no así los fácilmente replicables por un robot físico o virtual.
¿Y qué pasará con el personal de banca?
La desafección del cliente por las malas prácticas bancarias ha creado una fuga de reputación que amenaza con hundir al sector, al menos a los bancos tradicionales que trabajan de la misma forma que antaño. De momento no hay iniciativas relevantes que hagan pensar que han aprendido la lección: el cliente no es un medio para hacer dinero, es un fin en sí mismo. El cambio de mentalidad de los clientes, que empiezan a exigir una relación con los servicios y productos financieros sin la intermediación de empleados de oficina nada incentivados para asesorarles, supone otra brecha en la forma decimonónica de funcionar de la banca. Y las nuevas tecnologías pueden acabar con el negocio de toda la vida, sea por la entrada de operadores tecnológicos mucho más adaptados a los nuevos tiempos, como las Fintech, sea por los mismos avances en tecnología aplicada al sector. Si visionarios como Thomas Frey en un artículo sobre 72 cosas que veremos dentro de 10 años que hoy no existen, ya vislumbra que habrá robots que se encargarán de la confección de documentos legales o escribirán libros, qué no pasará con los trabajadores emplazados en una sucursal. Para buscar alternativas de inversión al depósito a plazo fijo no necesitaremos humanos; programas cada vez más inteligentes y con más información sobre nuestros hábitos, estado de salud y demás parámetros personales y familiares, nos asesoraran con más acierto. Los humanos participarán en las finanzas siempre que aporten valor añadido, sea por sus habilidades sociales, sea en áreas donde la creatividad es capital.
¿Nos atenderá un robot en la oficina? Me temo que no habrá apenas oficinas, en un futuro no tan lejano.
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