Tengo un problema con los libros. Lo reconozco y no lo he escondido nunca: si hay una cosa que me gustan son los libros. Los acumulo, los compro compulsivamente, los contemplo en mi biblioteca y, ocasionalmente, también los leo. Pero debo decir en mi descargo que creo a pies juntillas que tener un síndrome de Diógenes de libros no es lo mismo que con cualquier otro trasto. Los libros no son sólo un objeto, cuya entidad física ya puede ser una obra de arte en sí misma, sino que son mucho más. Son siempre una voz, un alma que espera su turno para contar su historia. Y son, aunque de forma engañosa, una promesa para el lector: la promesa de que éste tendrá el tiempo necesario, algún día, para dedicarlo a ese título.
Tebeo de verdad
Un problema llamado bibliofilia
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