JULIO HERRANZ

El Institut Mémoires de l'Édition Contemporaine (IMEC) de París acoge estos días una exposición retrospectiva del fotógrafo francés de origen griego Frédéric Barzilay (Salónica, 1917), relacionado desde los años 70 con Eivissa, donde tiene casa en la zona de Dalt Vila. Muestra de la que se ha editado un libro-catálogo con una selección de sus instantáneas, tomadas entre 1940 y 2009, pues sigue activo a sus 92 años. Un sugerente recorrido por la dilatada trayectoria de un fotógrafo que defiende su condición de amateur y cuya obra, siempre con la mujer como centro de inspiración, figura en importantes colecciones y han sido reproducidas en portadas de libro, sobre todo en las colecciones de bolsillo de la editorial Gallimard.

En el texto La beauté secrète que acompaña el libro-catálogo de la exposición, Barzilay informa de sus principios éticos y estéticos, afirmando: «La fotografía no ha sido para mí un trabajo, sino un placer. Jamás he trabajado en respuesta a una petición o a una exigencia; he tomado fotos porque amaban los pueblos, las calles, el rostro y el cuerpo de las mujeres. ¿Cómo quieren que me considere un profesional? Pero seguir siendo amateur después de setenta años de fotografía, creo que es todo un arte».

La mirada es un arte

Reconociendo la necesidad de controlar técnicamente el oficio, Barzilay sin embargo cree que hay que estar vigilante «para no dejar que la técnica ocupe todo el territorio, porque se puede entonces perder lo esencial, es decir, la emoción.». Así, asegura que en su trabajo, la técnica nunca le ha interesado demasiado. «Para mí, el arte de la fotografía consiste en saber apretar el disparador en el buen momento: valorar el instante, el gesto, la mirada, la linea de un pecho o de una boca, todo está ahí... Sé que he hecho una buena foto cuando me impresiona el resultado obtenido».

Y entre estas declaraciones del veterano fotógrafo, recogidas por Albert Dichy, Barzilay vuelve a hacer profesión de fe sobre los dos grandes amores de su vida, la fotografía y las mujeres, preguntándose: «Qué es lo que amó más, la fotografía o las mujeres? Me encantan mis modelos, pero porque quiero captarlas en una foto. Lo que intento atrapar en ellas no es la mujer en general, sino lo que cada una de ellas tiene en particular. Ese es el motivo de que prefiera modelos que no sean profesionales. Detesto los tics, las actitudes previsibles de las mujeres que han aprendido a posar para las revistas. No se puede hacer nada con alguien que sabe posar profesionalmente», confiesa un fotógrafo cuyo trabajo ha sido elogiado y reconocido por intelectuales como Julio Cortázar, que escribió el prólogo de su libro recopilatorio Tendre Parcours; o André Pieyre de Mandiargues, que hizo lo propio con Le Corps Illuminés.

El arte es erotismo

Las confesiones casi testamentarias que hace Barzilay en el texto de su exposición terminan reflexionando sobre el erotismo, a propósito de una frase que dijo una de las hijas pequeñas de Picasso, Diana: «El arte no puede ser sino erótico». Afirmación que le impresionó porque «es una verdad profunda. El erotismo es lo que nos mantiene vivo; pero no la pornografía. Es más fácil para mí fotografíar una mujer desnuda que vestida, pero no fotografío sólo cuerpos, sino que también hago retratos. Y a veces me doy cuenta de que un retrato puede ser más erótico que un desnudo, que existe un erotismo propio en el rostro».

Concluyendo con una sentencia que revela la alta consideración en la que sitúa a esa energía existencial que prevalece sobre cualquier otro poder, terrenal o sobrenatural: «De cierta manera, el erotismo me es más útil que Dios»; lo que es mucho decir cuando uno ha vivido tanto.