José María Álvarez Martínez, ayer durante su conferencia en el Museu del Puig des Molins.

JULIO HERRANZ

La sala de conferencias del Museu Monogràfic del Puig des Molins acogió ayer la primera charla de las tres que ofrecerá el director del Museo Romano de Mérida, José María Àlvarez Martínez, ponente del Seminari d'Arqueologia 2008, dedicado a Los juegos romanos; conferencia dedicada a El teatro romano. La de hoy (20,00 horas) versará sobre Los juegos de anfiteatro, y la de mañana, El circo y su mundo.

Antes de centrarse en el tema de El teatro romano, ilustrado con proyecciones preparadas al efecto, Àlvarez Martínez hizo una semblanza de lo que eran los juegos en el Imperio Romano. «El pueblo quería pan y circo, y de eso se valían muchos políticos para ganar elecciones, prometiendo juegos en la campaña electoral. Pero a veces duraban demasiados días, lo que provocaba la crítica de autores clásicos como Juvenal. Quien, por ejemplo, escribió: 'Hoy toda Roma está presa del circo y el fragor aturde mis oídos'. Así se ponía la ciudad cuando había circo; se cerraban los tribunales, los colegios, los mercados... Todo el mundo iba al circo, un espectáculo que desataba las pasiones», explicó el conferenciante a este periódico.

El teatro no era el espectáculo más popular en la sociedad romana, «pero sí fue apreciado por espíritus selectos y por el común de los ciudadanos, deseosos unos de conocer las grandes tragedias griegas y de divertirse otros con los lances de la comedia latina, donde se presentaban situaciones con cierto espíritu mordaz, que ellos contemplaban en su vida cotidiana». Teatro que tenía «unas connotaciones políticas y religiosas de primer orden, pues era el marco incomparable para desplegar toda la propaganda política. El culto al emperador, a su casa y a sus ancestros se hacía en estos edificios, de acuerdo con una tradición helenística bastante clara», precisó Àlvarez.

Sobre el tema de hoy (Los juegos de anfiteatro), «son los espectáculos que menos me gustan, por sus connotaciones brutales y trágicas para muchos de sus protagonistas; como en los combates a muerte entre gladiadores o las luchas cuerpo a cuerpo entre animales salvajes. Y no faltaban los damnati ad bestias; es decir, los condenados a morir pasto de las fieras, entre ellos los cristianos». Espectáculos promocionados por emperadores, políticos y ciudadanos notables para contentar a los ciudadanos, que los seguían con pasión, dándose sin recato a la comida y a la bebida.

José María Alvárez recordó que «en torno al mundo de los espectáculos romanos se movían intereses económicos, sociales, políticos y religiosos». Asimismo, apuntó que durante estas tres jornadas del Seminari d'Arqueologia 2008 «hablaré de los edificios donde se realizaban los juegos: anfiteatros, circos, estados y lagos artificiales (en Roma más bien, escasamente en provincias) en los que se hacían combates de barcos». Impotentes obras que, con los recintos amurallados y las áreas oficiales, modelaban las ciudades de más prestigio del Imperio, como fue el caso de Emérita Augusta (Mérida).