JULIO HERRANZ Hasta el próximo 7 de noviembre estará abierta al público en la galería Via 2 de Eivissa una exposición de pinturas de Paco Romero (Eivissa, 1966), que el propio artista ha calificado como su «colección otoño-invierno». La inauguración tuvo lugar anoche con la presencia de numerosos amigos, admiradores y familiares, que celebraron y admiraron las nuevas creaciones del pintor: paisajes de su entorno doméstico en el Pla de Corona; sutiles, líricos, abstraídos en su abstracción y con leves sugerencias figurativas.

-¿Qué espera recibir del espectador con su nueva obra?
-Es típico decir que el espectador acaba la obra. Yo no diría tanto, pero, en cualquier caso, completa el proceso comunicativo: si uno pinta, espera que alguien mire. Y siempre es divertido: el otro día un amigo vio a una rubia recostada en un camastro donde yo había pintado unos brochazos amarillos sin demasiada intención figurativa. Me costó ver a la rubia, pero una vez leído el cuadro así ya no puedo dejar de verla. Y está bien, porque la rubia me salió con unas tetas fenomenales.

-¿Continuidad, ruptura, evolución?
-Supongo que evolución. Y alguna pequeña sorpresa, gracias al aire acondicionado. Yo no sabía que se podía pintar en verano y que se puede usar el amarillo.

-¿Qué le pide a un cuadro antes de empezarlo?
-Que me guste un poco más que el que acabo de terminar. Eso no siempre pasa. Es el momento, entonces, de tomarse un tiempo en otra cosa.
-¿Cómo sabe que una obra está acabada?
-Ya se sabe que los cuadros no se acaban, se abandonan. Cuando empiezas a ver que todo lo que añades sólo empeora la obra, es el momento de abandonar.
-¿Se atreverá algún día a vivir sólo de la pintura?
-Siempre he sido un poco cobarde, así es que igual no me atrevo nunca. Además, vivir sólo de la pintura debe ser un poco estresante, y yo ahora tengo un trabajo bastante cómodo y relajado: intento enseñar algo a razón de veinticinco adolescentes por hora.

-¿Hay algún correlato emocional entre su obra y su vida?
-Igual sí. Mi primera exposición eran cuadros azules y muy relajados. La gente, viendo mi pintura, decía que se notaba que era una persona muy tranquila y serena. Bien, pues mientras pintaba esos cuadros estaba pasando un momento horrible. Tuve que ir al médico para que me soltara unos trankimazines. Así es que puede haber un correlato emocional con la obra, en este caso inverso: estás ansioso y buscas cuadros que te calmen.

-¿Influye en su obra el clima, el paisaje, el amor, las resacas...?
-El clima y el paisaje, definitivamente sí. El amor no sé cómo meterlo en los cuadros. ¿Cómo se hace eso? Las resacas, por supuesto: los domingos no se pinta.

-¿Es pretencioso hablar a estas alturas de inspiración?
-La inspiración puede ser una coartada y se ha usado mal. Aquello de 'hoy no estoy inspirado' se lo oigo a los alumnos. Claro, ¿cómo va a estar uno inspirado un lunes a las ocho de la mañana? Y el artista, ante el mundo o ante la obra, con los ojos cerrados y respirando hondamente suele ser un camelo. No negaré que antes de ir al estudio paseo un rato por el campo inspirando, más que nada, algún cigarro. Esto, naturalmente, no garantiza nada. Pero cuando sale bien un cuadro tiene uno la sensación de que ha acertado, de que ha habido suerte; y el momento es irrepetible. Esto se confunde, a veces, con una iluminación. Yo para inspirarme, para iluminarme, miro la pintura de otros porque, como cualquier artista mínimamente honrado, soy un plagiador.

-¿Borra, rompe, rectifica, olvida...?
-Borro, rompo, rectifico y olvido más de lo que pinto. Así, ¿cómo voy a poder vivir algún día sólo de la pintura?