El artista francés Michel Poissin, afincado en Formentera desde hace tres décadas, vuelve a exponer en la isla diez años después de su última exposición que tuvo lugar en 1997. Según el artista ello se debió a que «durante una época hice muchas exposiciones en Formentera y fuera de aquí, pero hubo un momento en el que me cuestioné el estilo en el que estaba trabajando y comencé a investigar a través de nuevos caminos y no ha sido hasta ahora cuando ya tengo claro mi nueva manera de pintar que he decidido mostrar los trabajos de los últimos tiempos».
Nacido en Rabat en 1930, cuando Marruecos era un protectorado francés, Possin inició su carrera como arquitecto, faceta que mantuvo durante muchos años, y fue su descubrimiento de Formentera, a mitades de los setenta cuando decidió trocar los lápices y los planos por la paleta de colores. En Porto-Salè, donde vive, es vecino a tiro de piedra de otro pintor francés, Delevalle y de uno catalán Bataller. En París, donde estudió, creó una escuela de decoración donde trabajó durante quince años como arquitecto, pero gracias a la formación obtenida cuando era estudiante de un gran pintor, cuando llegó a Formentera cuando decidió investigar en una nueva faceta creativa.
La creación de sus obras en el último período está inspirada en y para la gente de la isla por lo que «hay una serie de acuarelas muy características de etapas anteriores y que a los formenterenses les gusta, en las que predomina el horizonte lejano, la profundidad, pero al mismo tiempo hay una muestra de mis trabajos más recientes, más líricos en los que el camino, nuevo para mí, ha sido la incorporación del personaje, de las personas en la obra».
La inclusión del personaje es la diferencia sustancial de los trabajos anteriores de Poissin y en una amplia serie de sus nuevas telas aparecen windsurfistas, unos deportistas que no se sabe muy bien dónde están ubicados, parecen flotar, navegar o transgredir el plano visual «estuve observando el campeonato mundial que se celebró hace poco en Formentera y me impresionó la luz, el colorido de las velas y la juventud de los participantes» a quienes según como estiliza a la manera de las cuevas de Altamira, pequeños trazos no definidos pero que retratan el concepto y reflejan una sensación percibida por el autor. Respecto al color, Poissin reconoce que mientras antes se encontraba muy a gusto en el azul como color dominante, de los que hay sendas muestras en la exposición, para el caso de los windsurfistas eligió tonos rosáceos sin significado posterior alguno pero sí como necesidad creativa «siempre me he constreñido a limitar pocos colores y paso de una etapa a otra».
A destacar de entre sus obras dos aspectos, en primer lugar unas que representan personas enlazadas entre las manos, personas/siluetas, que parecen flotar en el aire en algunos casos, sobre la arena otros o sobre el mar «lo he hecho así y no soy capaz de resolver la pregunta», dice Poissin ante imágenes estilizadas que recuerda a los paracaidistas en vuelo libre; pero al mismo tiempo como arquitecto muestra un cuadro, de perspectiva aérea, otro cambio sustancial en su tratamiento, en el que sobre un palacio de Cnosos, Creta, se ve volar a Dédalo mientras su hijo Ícaro cae por haber intentado acercarse al sol.
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