El pasado fin de semana en su residencia de Sant Carles falleció a los 93 años el escultor y pintor Marcel Floris. El reconocido artista francés descubrió Eivissa en 1971 y durante varios años vivió a caballo entre Francia y la isla, sin desconectar del todo con Venezuela, donde residió muchos años. Aparte del recuerdo que dejaron las distintas exposiciones que presentó en varios escenarios de la isla, su huella artística está presente en la escultura que en 1998 donó al Museu d'Art Contemporani d'Eivissa (MACE), instalada en la Avenida Bartolomé Rosselló de Vila.
Aunque hacía tiempo que Floris había desconectado de la vida cultural y social de la isla, la noticia de su muerte fue recibida ayer con gran pesar por sus muchos amigos de Eivissa. Entre otros, Elena Ruiz, directora del MACE: «Es una gran pérdida. Le quería muchísimo y le estimaba enormemente como artista. Me parece un caso muy claro de coherencia entre su vida y su obra. Era un hombre abierto, nunca crítico, siempre amistoso y dispuesto a escuchar y a tomar partido por lo que él creía, y no por ideas ajenas. En eso se mantuvo fiel a unos principios estéticos que tienen mucho que ver con el arte cinético y con el minimalismo; y los mantuvo siempre, a pesar de las modas», recordó ayer Ruiz Sastre a este periódico.
En una entrevista que realizó este periódico al artista en 1998, reconoció que nunca se había arrepentido de la decisión de quemar sus naves en Eivissa, aunque le molestaran algunos de los cambios sufridos. «El dichoso progreso destruye las cosas más interesantes; pero qué le vamos a hacer, uno tiene que vivir con su tiempo», apuntó resignado, añadiendo que, de todas formas, estaba «absolutamente encantado. El turismo no me molesta, ya no tengo edad para ir al mar, pues mis piernas no me sostienen muy bien, y para mi trabajo y mi forma de vivir no puedo quejarme», explicaba el artista.
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