PEP TUR Se acabó. El Festival de Jazz Eivissa 2007 ofreció el domingo por la noche las últimas notas de su décimonovena edición con el swing como elemento primordial. Aunque, todo hay que decirlo, dos tipos de swing bien diferentes.

Le tocó abrir la velada a la cantante italiana Roberta Gambarini, que se presentaba por primera vez en España y que dejó tras de sí un regusto a las grandes divas del jazz, tarea para la que recibió un perfecto apoyo de sus acompañantes: Robert Botos (piano), Neil Swainson (contrabajo) y Archie Alleyne (batería).

Lo de Gambarini tiene su historia. Desconocida en gran medida para el gran público, pero alabada por la crítica internacional, la cantante desplegó en el baluarte un amplio catálogo musical que incluía temas de Cole Porter, Dizzie Gillespie o Duke Ellington, fragmentos de Porgy and Bess y un magnetismo en escena de difícil clasificación aderezado por la perfecta sintonía con sus músicos, con especial hincapié en la figura de Botos, el otro gran protagonista de la noche.

Y no es porque Alleyne y Swainson no dejaran una clara impronta de su categoría. Siempre se agradece escuchar a combos con una solidez y una especial frescura de sonido en los matices, esos pequeños detalles rítmicos, de acompañamiento, que se elevan por encima de la simple función ornamental para convertirse en elementos básicos, en la propia arquitectura del jazz
Porque una voz de la categoría de la de Gambarini (nominada al Grammy por su trabajo Easy to Love) precisa ser arropada con mimo para así ofrecerle la plataforma para que desenvuelva su maestría, su swing, como el instante, uno de los más hermosos del festival, en el que convirtió su voz en un trasunto de trompeta con sordina, embelesando al respetable y arrancándole la mejor ovación de la noche.

Ciertamente, el hecho de que Gambarini haya debutado en España con su concierto ibicenco demuestra una vez más el buen hacer de la organización y marca la línea sobre la que transitar. De los mejores regalos que puede hacerse al aficionado es aquel que le permite descubrir nuevos horizontes, y tras cuatro veladas hemos encontrado más de uno.