Ferenc Mehl, batería del quinteto alemán.

PEP TUR Pocos pueden dudar hoy en día de la calidad del jazz que se realiza en la frontera norte europea. Países como Alemania, Noruega o Suecia aportan en la actualidad suficiente munición musical para contentar a los aficionados no sólo de Europa, sino también de otras partes del mundo. El festival de jazz de Eivissa ha prestado una atención especial al fenómeno a lo largo de su historia, y ahí están las actuaciones de grupos y solistas como Esbjorn Svensson Trio, Magnus Lindgren o Atomic para corroborarlo. Siguiendo dicha estela, la velada del pasado sábado en el baluarte de Santa Llúcia contó con la presencia de un quinteto y un cuarteto: el primero liderado por el saxofonista alemán Magnus Mehl y el segundo por la cantante y pianista noruega Rebekka Bakken.

Pintaba bien la noche ante las referencias que precedían a ambos intérpretes. Por un lado, Mehl llegaba a la isla con la referencia de haber salido vencedor en el festival de Getxo del pasado año, toda una garantía de calidad; por otro, Bakken, que, pese a no ser una gran estrella mediática en la línea de Norah Jones o Diana Krall, su calidad puede equipararse a ellas gracias al portentoso dominio de su voz.

Los primeros en aparecer sobre el escenario fueron los componentes del quinteto de Mehl, a quien acompañaban Brice Morcardini (trompeta), Martín Schulte (guitarra), Fedor Ruskuk (contrabajo) y Ferenc Mehl (batería), todos ellos procedentes del Conservatorio de Colonia. Tras mostrarse «maravillado» por el entorno -es impresionante tocar aquí, con todas las luces de la ciudad ahí abajo. Es increíble», aseguró-, Mehl dio una briosa lección de hard-bop con temas originales como The Dutch Way to Ride a Bike o versiones, como la surrealista adaptación de El manisero con la que cerraron su actuación. Entre ambas piezas, el público pudo comprobar el frescor de una banda joven que se está abriendo camino a pasos agigantados y que si se mantiene estable promete tener un futuro arrollador.

Tras el quinteto germano y con un programa ajustado a sólo dos conciertos (un acierto), el respetable que el sábado subió al baluarte se preparaba para la aparición de Rebekka Bakken Y ésta no decepcionó, pese a unos persistentes problemas de sonido que en un momento estuvieron a punto de hacerle perder la concentración. Habrá quien opine que la actuación de Bakken no se ajusta al cien por cien a una programación de jazz, entre ellos el que suscribe, pero no se puede negar en ningún caso la calidad de lo ofrecido por la artista noruega, que transitó entre el pop, el blues y el folk siempre con la desbordante polivalencia de su voz como máximo argumento, capaz de crear hermosas atmósferas que encontraban en el marco de Dalt Vila un escenario perfecto.

Bakken se mostró en todo momento muy comunicativa con el público, algo de agradecer, y desarboló a los escépticos en los primeros compases ofrecidos en el baluarte. Sostenida su prodigiosa voz por Elvind Aarset (guitarra), Lars Danielsson (bajo eléctrico) y Per Lindvall (batería), el concierto ofreció momentos para todos los gustos, con varias canciones de su último trabajo discográfico hasta el momento, I Keep My Cool, e incluso hubo un momento para una canción tradicional noruega. Bien es cierto que la cantante no se prodigó mucho al piano, pero la noche parecía solicitar sus virtudes como cantante más que como instrumentista. Los fuegos artificiales de las fiestas patronales de Jesús, que a las doce en punto brillaron al otro lado de la bahía de Vila, pusieron una nota de color imprevista a una velada en la que el norte fue la frontera, una línea que Mehl y Bakken nos permitieron cruzar con los ojos cerrados, tan sólo siguiendo su música.