Si lo que pretendía Armin Heinemann (padre del proyecto) era sorprender al respetable, no hay duda de que lo consiguió. Su arriesgada propuesta de «La Traviata de Ibiza», estrenada el miércoles en un Can Ventosa lleno y algo sauna, no dejó indiferente a nadie. Clara división de opiniones por parte de un público en el que destacaban sobremanera los teutones, aunque la cuota ibicenca también estuvo bien representada, empezando por el propio alcalde de Eivissa, Xico Tarrés, y pasando por un buen número de melómanos de pro movidos sobre todo por la lógica curiosidad de ver antes que nadie de qué iba este invento operístico.
Con osadía, riesgo y mérito
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