La sala de exposición de Ebusus acogerá a partir de las 19,00 horas la inauguración de una exposición de pinturas de Mario Stafforini. Para la ocasión, el veterano pintor argentino, residente en Eivissa desde los primeros 70, ha realizado una selección de 60 obras de producción reciente; 24 de formato mediano y grande y el resto pequeñas.

Bien conocido de los aficionados, ya que es uno de los pintores más prolíficos de Eivissa, Stafforini asume esa abundante producción con la filosofía de un «currito» de la pintura. «Soy más bien un artesano; algo así como un mercenario del arte», apuntó a este periódico con un gesto irónico y resignado. «Fui artista cuando era pequeñito, pero desde que tuve familia sentí la necesidad de vender los cuadros, rentabilizando mi tiempo y mi producción», añadió.

Un cambio de actitud ante el arte que también se correspondió con un giro radical en sus propuestas estéticas. «Cuando tenía 20 años era informalista, como Pollock, que fue un referente en mi formación. Pero sólo vendía un cuadro al año, a un tía mía rica, porque mis obras eran una locura: grandísimos, de todos los colores, imposibles de poner en ningún sitio. Después lo dejé un tiempo largo, y cuando volví a pintar pensé que podría vivir de ésto, por lo que tuve que cambiar de estilo y hacer cosas comerciales; pero siempre procurando que las obras tengan dignidad y un cierto valor como pintura, pues no me gusta defraudar al cliente, digamos», reconoció.

Honesto y trabajador, a pesar de esa intención «mercenaria» aludida, Mario Stafforini siempre ha procurado ofrecer algún aliciente singular en sus propuestas. En esta ocasión, «como adorno diferente tengo seis telas bastante alargadas; algunas llegan a ser cuatro cuadrados en fila. Son obras que tienen la particularidad de que a cuatro pasos no puedes abarcarlos enteros, a no ser que te pongas lejísimos (cosa que no ocurre, porque ni las casas ni las salas son tan grandes); así que tienes que pasear la mirada por ellos», precisó.

Algunas de estas obras tienen como motivo Dalt Vila, uno de sus temas clásicos. «Luego hay barcas que se mueven como tus ojos. Digamos que son cuadros que tienen una cierta intención narrativa. En ese sentido me recuerdan a la pintura china, que siempre es alargada (en alto o en ancho), pero jamás cuadrados. Como sus letras tienen tiempo, es entretenidísimo ver un cuadro chino. Nunca los puedes abarcar enteros; incluso lo hay de 15 metros, en papel, y para verlos se extendían y era como la lectura de un cuento», concluyó.