El dramaturgo Alberto Miralles, nacido en Elche (Alicante) en
1940 y fallecido en marzo del año pasado en Madrid a los 63 años,
fue distinguido ayer con el Premio Nacional de Literatura Dramática
por su obra «Metempsicosis», una apuesta por el «teatro
alternativo», que se publicó tras su fallecimiento.
Miralles, uno de los nombres imprescindibles del teatro
independiente de los años 60, «hubiera sido muy feliz» con este
premio, según confesó su viuda, Carmen Yerro, porque «supone el
broche final de una vida entregada al teatro», con la
«particularidad» de que con ella daba un giro a su carrera,
«después de dominar la carpintería del mismo».
Este galardón, convocado por el Ministerio de Cultura y dotado
con 15.000 euros, viene a sumarse a una lista de premios entre los
que figuran el de Teatro Breve de Valladolid por «Céfiro agreste de
olímpicos embates», Premio SGAE de teatro por «Los amantes del
demonio», el Premio Nacional Universitario y el Universitario de
Cataluña, «el primero que recibió cuando tenía poco más de veinte
años», destacó su viuda.
Además, fue finalista al Premio Nacional de Literatura Dramática
en dos ocasiones, por «Teatro breve II» (2000) y «Cuando las
mujeres no podían votar» (2001). Alberto Miralles Grancho, uno de
los fundadores de la Asociación de Autores de Teatro, de la que más
tarde sería presidente, se trasladó muy joven desde Elche a
Barcelona donde se licenció en Filología Románica y se tituló por
la Escuela Superior de Arte Dramático. En 1967 creó el grupo
Cátaro, con el que obtuvo el Premio Nacional de Sitges, por dos
veces (1968 y 1974). Allí se formaron actores y actrices como
Mercedes Sampietro y Jeannine Mestre. Pero en 1975, tras colaborar
con Pérez de Olaguer en la revista «Yorick», se trasladó a Madrid,
lo que forzó la disolución de Cátaro y el inicio de una nueva
etapa.
Una vez en Madrid comenzó a trabajar con Adolfo Marsillach en
las obras «Marat-Sade», con la que obtuvo el premio Especial del
Ciclo de Teatro Latino y también en «Las arrecogías del beaterio de
Santa Maria Egipciaca», de Martín Recuerda. Esos primeros años
también obtuvo varios premios como el Guipúzcoa (1968), el de
Estudios Alicantinos (1970), y el Serafín y Joaquín Àlvarez
Quintero, de la Real Academia (1975). Alternó las labores escénicas
con la publicación de artículos y comentarios teatrales en
numerosos periódicos y revistas del país donde publicó los ensayos
«Nuevos rumbos del teatro» y «Nuevo teatro español, una alternativa
social».
Carmen Yerro, que recogió la noticia «evidentemente feliz» y
«evidentemente triste», destacó que Miralles «siempre estuvo muy al
día de las vanguardias teatrales de los 60, 70, 80 y 90», y dijo
que si algo destacaría de su obra sería «el sentido crítico»,
porque consideraba que el teatro «servía para cambiar el mundo y
denunciar las injusticias sociales».
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