La sede ibicenca del Col·legi Oficial d'Arquitectes de Balears
(COAIB), Can Llaneras, acogió ayer una conferencia de Roberto
Ercilla sobre su últimos trabajos y proyectos, tanto unifamiliares
como colectivos. La charla tuvo lugar en el marco de la muestra
itinerante sobre jóvenes arquitectos españoles que organiza la
Fundación Camuñas. Ercilla fue el pasado julio el doble ganador
(jurado y público) por la mejor obra en los IV Premis
d'Arquitectura pitiusa entre 2001-2004, que organiza el COAIB de
Eivissa.
En su exposición, Roberto Ercilla habló de cinco viviendas
unifamiliares (en Guipozcoa, Àlava, la sierra de Cáceres, en una
urbanización de lujo y la de Can Murtera, su casa ibicenca
premiada) «para explicar qué sucede cuando tienes un lugar concreto
y cómo tienes que atacar el problema». En cuanto a hábitat
colectivo, se refirió «a tres intervenciones bastante grandes»: 68
viviendas en Vitoria, seleccionadas en la última Bienal de Venecia;
y dos proyectos en marcha: una manzana con 190 viviendas (también
en Vitoria) y una «torre» de 100 viviendas en una zona ferroviaria
del País Vasco, resultado de ser seleccionado (junto a otros
arquitectos de prestigio internacional) para un proyecto de
rehabilitación de la zona.
En cuanto a Can Murtera, Roberto Ercilla explicó a este
periódico que «el premio fue una agradable sorpresa que no
esperaba». Construida sobre unas ruinas en la zona de Balàfia, «fue
un proyecto al que dediqué cinco años, desde que compré el terreno
hasta que lo construí. Tiempo suficiente para ver qué pasaba allí,
los vientos, las vistas y demás, para sacar mis conclusiones».
Ercilla se documentó a fondo sobre la arquitectura tradicional
de la isla y estudió con calma «cómo colocar la casa en el sitio,
adaptando el terreno de un bancal para poder asentarla en
horizontal, aprovechando y respetando un algarrobo y el huerto. A
partir de ahí, acometer el proyecto fue como atar cabos»,
precisó.
El arquitecto vasco explicó algunas de las reflexiones previas
que tuvo antes de construir el nuevo Can Murtera, donde ahora pasa
«encantado» sus vacaciones en familia. «Tuve que tomar dos
decisiones claves: respetar la arquitectura tradicional sin
renunciar a la funcionalidad y a las comodidades que debe tener una
casa actual. No quería nada con connotaciones de modernidad
excesiva, lo que conseguí usando la técnica y los materiales de la
isla. Sin cristaleras excesivas; que fuera blanca, de mortero de
cal; evitando meter aislamientos y renunciado a usar vigas de
sabinas, que forman parte de un lenguaje más popular, digamos; y
que tuviera una presencia integrada en el entorno». En su opinión,
«lo que la hace un poco especial es que tiene tres partes
diferentes que se cruzan a través de un porche. Son como pabellones
conectados entre sí», concluyó.
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