CARLES DOMENEC

El Espai Mallorca de Barcelona acogió ayer la presentación del libro «Ferrer Guasch. Alquimia de la luz y elogio de la sombra», de Miguel Àngel González, en la que intervino el propio autor, el veterano pintor ibicenco y Francesc Parcerisas, reconocido poeta y escritor catalán y amigo personal del artista desde los años 70, cuando ambos enseñaban en un el Santa María.

Precisamente, la nostalgia fue el tono dominante en la intervención de Parcerisas, quién evocó los felices e intensos días en una isla que, en algunos sectores (entre los que se encontraba el propio poeta), militaba en el movimiento hippy y en la contracultura. Entrando propiamente en el libro, el escritor señaló que «su lectura permite entender que la emoción y la razón no tienen por qué ir desligadas». Destacó «la claridad y la elegancia» con la que estaba escrito y subrayó que «con la material con la que se pinta un cuadro se puede establecer un puente entre la naturaleza y el arte». Por último, el autor de «L'edat d'Or» apuntó que, además de ser un libro sobre Ferrer Guasch y su obra, era «un estudio general sobre la pintura y sobre Eivissa».

Por su parte, Miguel Àngel González explicó cómo había sido la gestación del libro; apuntó que, desde siempre, era un devoto de la pintura de Ferrer Guasch. Realizó un análisis estrictamente técnico de su obra, basada sobre todo «en la gran paleta de blancos» que consigue; y recordó la parte del «Diari Intim» del pintor recogido en el volumen, referente a la Guerra Civil, que el pintor se vio forzado a pasar en Barcelona. Fue el momento más emotivo del acto, ya que el recuerdo de algunos episodios de entonces puso lágrimas en los ojos del artista.

Por último intervino Vicent Ferrer Guasch, quien se refirió sobre todo a su experiencia como pintor en Nueva York. Ironizó sobre «la abundancia de intelectuales que tienen mucha fantasía», y lamentó que «en esto de la pintura la propaganda juega un papel muy importante a la hora de vender y venderse». Contó su experiencia con las galerías neoyorquinas y contó la anécdota de un señor interesado vivamente en adquirir una de las obras, pero al enterarse de que no tenía marchante renunció a comprarlo; porque entendía que un artista fuera por libre.