El Espai Mallorca de Barcelona acogió ayer la presentación del
libro «Ferrer Guasch. Alquimia de la luz y elogio de la sombra», de
Miguel Àngel González, en la que intervino el propio autor, el
veterano pintor ibicenco y Francesc Parcerisas, reconocido poeta y
escritor catalán y amigo personal del artista desde los años 70,
cuando ambos enseñaban en un el Santa María.
Precisamente, la nostalgia fue el tono dominante en la
intervención de Parcerisas, quién evocó los felices e intensos días
en una isla que, en algunos sectores (entre los que se encontraba
el propio poeta), militaba en el movimiento hippy y en la
contracultura. Entrando propiamente en el libro, el escritor señaló
que «su lectura permite entender que la emoción y la razón no
tienen por qué ir desligadas». Destacó «la claridad y la elegancia»
con la que estaba escrito y subrayó que «con la material con la que
se pinta un cuadro se puede establecer un puente entre la
naturaleza y el arte». Por último, el autor de «L'edat d'Or» apuntó
que, además de ser un libro sobre Ferrer Guasch y su obra, era «un
estudio general sobre la pintura y sobre Eivissa».
Por su parte, Miguel Àngel González explicó cómo había sido la
gestación del libro; apuntó que, desde siempre, era un devoto de la
pintura de Ferrer Guasch. Realizó un análisis estrictamente técnico
de su obra, basada sobre todo «en la gran paleta de blancos» que
consigue; y recordó la parte del «Diari Intim» del pintor recogido
en el volumen, referente a la Guerra Civil, que el pintor se vio
forzado a pasar en Barcelona. Fue el momento más emotivo del acto,
ya que el recuerdo de algunos episodios de entonces puso lágrimas
en los ojos del artista.
Por último intervino Vicent Ferrer Guasch, quien se refirió
sobre todo a su experiencia como pintor en Nueva York. Ironizó
sobre «la abundancia de intelectuales que tienen mucha fantasía», y
lamentó que «en esto de la pintura la propaganda juega un papel muy
importante a la hora de vender y venderse». Contó su experiencia
con las galerías neoyorquinas y contó la anécdota de un señor
interesado vivamente en adquirir una de las obras, pero al
enterarse de que no tenía marchante renunció a comprarlo; porque
entendía que un artista fuera por libre.
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