Robert Arató en su estudio de Benimussa; tras el varias pinturas marinas, las únicas que realiza últimamente el artista. Fotos: GERMÁN G. LAMA

«Aquí es donde me considero un pintor cien por cien. Mi obra anterior era difícil, algo filosófica, sobrecargada de ideas; hasta que hace cinco años vi aquí la luz. Desde entonces estoy en una etapa muy sencilla y minimalista». Con estas palabras Robert Arató resumió a este periódico la influencia positiva que Eivissa ha tenido en su trayectoria artística. Un camino complejo el de este artista eslovaco de nacimiento: desde proyectos relacionados con la arquitectura y el medio ambiente, hasta ilustraciones para museos, diseños de aviones, escenografías, guiones y hasta una compañía propia dedicada a la restauración de monumentos históricos.

Todo un mundo que quedó atrás cuando en 1996 se instaló en la isla, por Benimussa; primero con su mujer (también pintora, ahora vive cerca de él, pero separados) y más tarde con su hijo y su hija, que van de una casa a la otra encantados de la vida. «Aquí he pasado por fases creativas; en una me dio por pintar altares, como cosmologías, tierra abajo y cielo arriba pero con dificultad para unir las cosas. Antes pasé por etapas casi tecnológicas; o un año totalmente abstracto. En los 80 hice muchos retratos un tanto destructivos, como los de Francis Bacon, un artista cuya actitud me impresionó mucho. Fue una época divertida y hasta un tanto sádica; me gustó mucho, pero fue una fase de juventud, que cuando uno madura (ya tengo 45 años) se va olvidando», explicó.

Feliz en su refugio ibicenco, Robert Arató hasta usa su gran estudio para presentar en público sus hermosas marinas. «Hago exposiciones muy dinámicas, donde se baila y se miran los cuadros. Una experiencia muy interesante, más social que artística. Es un concepto muy dinámico de presentar arte, me gusta más así que el rollo estático de la copita en la galería y bla bla», ironizó.

Pintura, paisaje, «buen rollo» y música. «Ahora tiene mucha importancia en mi vida, porque para mí agua y música es lo mismo, son dos elementos fluidos que se reflejan uno en el otro. El interés por el color me ha hecho profundizar en el interés por la música, una necesidad que siempre tenía en las entrañas, aunque no salía, estaba bloqueado; hasta que empecé a pintar el agua, como si fuera un catalizador que arrancó por fin», precisó con vehemencia en un castellano realmente bueno para un extranjero.