Carlos Pérez Cruz, trompetista de John Pinone, durante el primer concierto de la noche del viernes. Fotos: KIKE TABERNER

Baldo Martínez estuvo demasiado serio. Es un viejo conocido de la Mostra de Eivissa. De hecho, había tocado en la primera muestra. Ha sido el más veterano del certamen, que acabó anoche con el esperadísimo Roy Hargrove y su RH Factor. Ya no hay duda: la edición de 2004 puede considerarse ya un auténtico máster de tendencias de lo que se hace en estos momentos en el género de la síncopa.

Los primeros en tocar, los madrileños John Pinone, son buenos músicos, pero mejores comunicadores. Su nombre y su fama auguraba una noche muy diferente, y así fue. John Pinone es un mítico pivot del Estudiantes, el equipo del Ramiro de Maeztu que se caracteriza por tener los seguidores más locos, fieles y entregados del mundo del básket y que se conocen como la Demencia. Javier Gallego, Javier Adán y Carlos Pérez Cruz demostraron de dónde vienen y, probablemente, hacia dónde van. Tocaron temas propios («Dale que te pego» o «La mosca cojonera» son títulos muy reveladores), aunque también alguna versión de Thelonius Monk y de Ornette Coleman. La montaron en el escenario, bien imitando a José María Aznar, bien con sus proclamas musicales pseudopatrióticas, bien buscando en directo el bajista que no tienen. De hecho, subirse a tocar con ellos fue lo más emocionante que ayer hizo Baldo Martínez, cuyo grupo, quizás víctima del contraste, sonó tan impecable como mecánico. Vinieron en formación de quinteto y se marcaron una música que oscilaba entre el free jazz y el jazz conceptual de su último trabajo (el siguiente saldrá en enero). Técnicamente perfectos, el resultado final se notó que no era demasiado apetecible para el público, sobre todo para una muestra que se mide en otros parámetros y que tiene el compromiso de la libertad. El violinista, Eduardo Ortega, estuvo soberbio. Desgraciadamente para él y para el resto del grupo, el público aún no ha bajado del paraíso al que Esbjorn Svensson lo envió.