Un «salvaje» de cine. Una de las imágenes cinematográficas de Brando que le incluyeron en el Olimpo de los dioses de la interpretación.

AGENCIAS|LOS ÀNGELES

El actor Marlon Brando, considerado uno de los mejores actores del periodo posterior a la posguerra y ganador del Oscar a mejor actor por «El Padrino» y «Nido de Ratas», murió anteayer a los 80 años en un hospital de Los Angeles, según informaron ayer sus abogados, citados por las cadenas de televisión estadounidenses.

Marlon Brando había nacido en Nebraska (EE UU) el 3 de abril de 1924. Abandonó los estudios secundarios y posteriormente la academia militar para dedicarse a la vida bohemia en Nueva York, y a los 19 años estudió arte dramático en la escuela de Stella Adler. Con 20 años debutó en los teatros de Broadway, al tiempo que trabajaba en el famoso Actor's Studio de Elia Kazan y Lee Strasberg.

Su primer éxito teatral fue con «Un tranvía llamado deseo», de Tennessee Williams, llevada al cine en 1951 por Kazan con él de protagonista. Su interpretación dejó boquiabiertos a crítica y público dada la intensa sexualidad que imprimió a un personaje que convirtió al actor en símbolo erótico. Su debut en el cine había sido un año antes con la película «Hombres», a las órdenes de Fred Zinnemann. En pocos años se convirtió en un mito. En 1952 recibió el premio a la mejor interpretación en el Festival de Cannes por «Viva Zapata», de nuevo bajo la dirección de Kazan, que en 1954 le procurara su primer Oscar por su actuación en «La ley del silencio».

El segundo Oscar tardaría casi veinte años en llegar, hasta que lo obtuvo por otro papel no menos memorable, el de Vito Corleone en «El padrino» (1972), obra maestra de Francis Ford Coppola. En la ceremonia de entrega del premio protagonizó una de las anécdotas que han hecho historia en Hollywood al rechazar la estatuilla y enviar en su lugar a una joven india norteamericana que leyó un comunicado en protesta por la situación de esas tribus en Estados Unidos.

De sus numerosas películas resaltan «Julio César» (1953), de Mankiewicz; «El baile de los malditos» (1958), de Dmytryk; «La jauría humana» (1966), Penn; «La condesa de Hong Kong», de Chaplin, y «Queimada» (1969), de Pontecorvo.

Tras unos años de declive, su regreso fue arrollador y 1972 se convirtió en su «año prodigioso», en el que sentó cátedra con su patriarca mafioso de «El padrino» y su existencialista personaje entregado a la lujuria y la autodestrucción en «El último tango en París», de Bernardo Bertolucci.

A partir de entonces, su carrera entró en un definitivo bucle de altibajos que incluyó desde trabajos puramente comerciales como «Supermán» (1978), de Donner, hasta una obra maestra como «Apocalypse Now», de nuevo con Coppola, en la que encarnó a un atormentado coronel Kurtz al que erigió en símbolo de la irracionalidad de la guerra.